La escritora Anna Langfus apenas publicó tres novelas a lo largo de su vida. Equipaje de arena y Salta, Bárbara fueron las otras dos. Pero antes de ser considerada como tal, Langfus obtuvo el título de superviviente. Una más de la larga tragedia que supuso la II Guerra Mundial para la población. De origen judío-polaco, la escritora formaba parte de una pequeña burguesía acomodada cuando la Alemania hitleriana invadió Polonia, y obligó a sus habitantes a acomodarse bajo los dictámenes nazis y el posterior conflicto armado. Por esos derroteros deambuló Langfus junto a su esposo, Jakob y demás familia, en un largo peregrinaje con diversas situaciones de riesgo. Como sobrevivir en el famoso gueto de Varsovia, servir de correo para la resistencia polaca o la estancia en cárceles de la Gestapo.
La sal y el azufre rememora los recuerdos de Langfus a lo largo de la guerra, con el poso y el sosiego que otorga la distancia del tiempo. Porque el libro fue publicado en 1960 y supuso el estreno literario de la autora. Además de adjuntar un premio en su posterior país de acogida, Francia, como reconocimiento a su debut. En esta primera novela cuesta separar los paralelismos que pudieran darse entre su vida real y la ficción publicada. Obviamente la experiencia personal marca la orientación y el sentido de la obra, donde seguramente incluya también experiencias vistas, oídas y hasta contadas por las diversas personas que se cruzaron en su trayecto. En este aspecto, conviene adentrarse antes en la novela que ponerse a averiguar sobre la figura real de Langfus y evitar así desvelos sobre los hechos acaecidos en la historia que nos narra.
Porque el libro tiene un claro margen autobiográfico de los padecimientos que tuvo la protagonista, de nombre María, a lo largo de la contienda. Aunque conviene matizar que no se trata de una experiencia novelada. El punto de vista es completamente subjetivo y se agradece que no caiga en la tentación fácil de impartir lecciones. Más bien, Langfus opta por describir el presente sin tomar mayor partido que el de la mera supervivencia, y dejar de lado cuestiones políticas o morales. La estructura del mismo sigue un orden cronológico; desde el mismo inicio de la guerra hasta el final. Aunque el texto ande separado por grandes bloques, en plan capítulos concretos, que sitúan a la protagonista en diferentes lugares donde mostrar las penurias de la población local: especialmente el perseguido pueblo judío, las clásicas maldades alemanas y el curioso carácter hosco de la protagonista.
-¿Crees de veras que vendrán...?
-Creo, chiquilla, que ahora tendrás que darte prisa en hacerte mayor.
Resulta enriquecedor comprobar el liderazgo femenino de María, la heroína del relato a la hora de afrontar los problemas que van surgiendo, y cómo logra imponer su criterio frente al resto de su familia. Incluido su propio marido, quien queda relegado a una función secundaria y supeditado a las decisiones, normalmente correctas, de su esposa. Porque no toca otra que asumir galones y observar desde el cómodo margen del lector el largo y duro camino que afronta María. Una joven que evoluciona a la fuerza, gracias a un obstinado temperamento y seguridad personal que actúan mejor que cualquier acción heroica. El retrato que hace Langfus son trazos secundarios, alejados del frente y de otras cuestiones de mayor relevancia. Sus textos exhiben la vida corriente bajo el particular punto de vista de María. Para describir la perdida de libertades, los miedos y la necesidad de pasar desapercibido por parte de la población judía a causa de las posibles delaciones de sus vecinos.
Del mismo modo es una narradora excelente. Sin prisas por avanzar sus textos y dando vía libre al juego del azar para ver qué nuevas ocurren si se deja llevar por las circunstancias.
Incluso en los momentos más penosos, aquellos donde la moral humana ha quedado tan baja que la muerte puede llegar a ser vista como una liberación. Por ahí surge el instinto animal de supervivencia, enfrentado al bloqueo lógico y sensato de acabar con el sufrimiento padecido frente al pasional instinto de seguir con vida. Menos mal que Anna Langfus se decidió a transcribir sus recuerdos y soltar los demonios que pudiera guardar en su interior. Una humilde reivindicación ante el olvido de su obra y persona.
La sal y el azufre
Anna Langfus
Ed. GP - Colección Reno 78, 1971
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