Desconozco el número de veces que me habré sumergido en la aventura de Holden Cauldfield por Nueva York, aunque en mi memoria perduran tres situaciones de la primera vez que me tope con estas páginas: el aroma que describe el narrador a vicks vaporub en la habitación del enfermo profesor, el estrepitoso fracaso de Holden con la prostituta y la visita nocturna que el protagonista realiza a su hermana en la casa de sus padres. Estos tres momentos son imborrables de mi primera lectura, lejana e impuesta por algún profesor en época estudiantil, más o menos con la misma edad que el protagonista y probablemente con un pavo similar.
Narrado en pasado, en un extraño púlpito o diván, el protagonista hace participe al lector de sus pensamientos y actos, como si fuesemos un colega al que se le cuenta las andanzas por la gran ciudad, la inevitable búsqueda de algo tan socorrido como el viaje interior del pesonaje que se desahoga ante un amigo que todo lo entiende y apoya.
Con el paso del tiempo, la novela suena a travesura adolescente, un niño rico con pocas ganas de realizar cualquier cosa provechosa y con la fantástica habilidad de derrochar tiempo y dinero sin ningún tipo de conocimiento. Pero el prisma en el que se maneja Holden esta sujeto al macabro período de la adolescencia, un trecho tan importante donde el joven protagonista camina desorientado ante la hipocresia social y el complicado paso de la infancia al mundo adulto. Holden Cauldfield acaba perdiendo en su aventura, el viaje termina como empieza, con un nuevo principio y en un nuevo colegio, donde nuestro narrador prescribe su culpa a través del texto que comparte con nosotros. Como una chiquillada que se soluciona con el cambio de colegio y la consecuente, muy yanki por cierto, visita al psicólogo donde Holden se encuentra igual de perdido que al comienzo.
El guardian entre el centeno alcanzó un éxito tan brutal que el autor de la novela decidió poner fin a cualquier contacto con el exterior, JD Salinger se convirtió en un extraño ermitaño que reconoció, años más tarde, en una entrevista telefónica al periódico The New York Times, escribir solo para él y para su propia satisfacción.
“Hay una paz maravillosa en no publicar. Es una tranquilidad. Una calma. Publicar es una terrible invasión a mi privacidad. Me gusta escribir. Amo escribir. Pero sólo para mí y para mi propio placer.”
En muchas ocasiones se ha vinculado el pensamiento de Holden al autor, principalmente cuando se señala en el libro la idea de recluirse en una cabaña y no tener que hablar con nadie. Desconozco cuanto de autobiográfico encierra El guardian entre el centeno, tal vez nada, o no, quien sabe. El arisco JD Salinger se llevó su propio secreto con su muerte, cumpliendo el pensamiento final de Holden en la novela. "Tiene gracia. No cuenten nuncan nada a nadie. En el momento en que uno cuenta cualquier cosa, empieza a echar de menos a todo el mundo"·
El guardián entre el centeno. Alianza editorial.
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