Uno no es muy dado a ensalzar trabajos ajenos que de por sí ya andan más que sobrados en alabanzas y reconocimiento mundial. El espectaculo circense engloba numerosos recuerdos infantiles, añoradas imágenes de trapecistas, payasos y animales en las tardes de verano junto a palomitas o algodón de azucar. El Circo del sol es más un espectáculo de gran presupuesto, que aquellos circos ambulantes donde siempre destacaba el león más grande, la boa más larga o el enano más fuerte del mundo. En la era del triunfo del ocio y del consumo, la compañía de origen candadiense se supera a sí misma a través de una representación grandiosa, de gran producción, similar a una costosisima película hollywodiense donde se ponen todos los medios posibles para culminar un brillante espectáculo y que por cierto, lo consigue.
La colosal obra de Corteo atrae irremediablemente la atención de un público, previamente, entregado y dispuesto a abonar una entrada con un precio llamativamente alto. Da igual, personalmente la retribución de la entrada se compensa con creces durante las dos horas de la gala e imaginación que deambula por la carpa. La magia se concentra en el buen hacer de números coreografiados de manera excelsa y la belleza de utilizar diversos elementos para adornar la representación, como en el agradable arranque donde tres personas deleitan al público mientras danzan en las alturas en tres enormes lamparas.
En los llamativos ejercicios de trapecistas (por denominar de algún modo a toda una colección de verdaderos gimnastas), se destaca el más dificil todavia, y posiblemente sean estos números donde radica la mayor dificultad y por ende la mayor de las felicitaciones. Reconozco que a pesar de tanto acto estrafalario, un simple grupo de globos y con una de las pequeñas artistas sobrevolando las cabezas de los presentes, sirva para cautivarme y caer rendido ante Corteo. Pese al escenario y su brillante puesta en escena, los saltimbanquis que ofrecen deliciosas exhibiciones y en algunos casos donde se contiene la respiración ante el peligro visible, ese simple trayecto aéreo sobre nuestras cabezas demuestra que la grandeza de cualquier circo no solo depende de la espectacularidad, ni de los vistosos trajes. La emotividad final se consigue de un modo tan agradable y simple que uno vuelve a notar el niño que lleva dentro.
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