27 de mayo de 2018

El príncipe y el mendigo

Los contrastes son siempre bien avenidos. Cumplen una función básica en la narrativa, tanto de inicio como a la hora de poner distancia entre dos posiciones contrarias. Y en está novela de Mark Twain se añade otro clásico. El del intercambio. La suplantación de un personaje por otro que habitualmente camina en sentido contrario. Una situación que siempre atrae cierta gracia por observar como se desenvuelven en esa peculiar circunstancia los personajes intercambiados.  

El periodista y escritor, Mark Twain, es uno de los grandes narradores americanos. Etiquetado normalmente a obras juveniles del calado de Huckleberry Finn y Tom Swayer. Para El príncipe y el mendigo retoma el protagonismo sobre los más jóvenes. Con el pequeño aliciente de acercarse a la novela histórica en este libro. Y lo presenta a modo de cuento oral, reproducido entre diversas generaciones que expliquen las faltas del cuento sobre las veracidades históricas. 

Los polos opuestos andan representados entre el heredero al trono de Inglaterra, Eduardo Tudor, frente al pobre de oficio, Tom Canty. Dos niños con parecidos razonables pero distantes en sus posiciones sociales. Y por una fantástica casualidad, acaban intercambiando sus roles destinados por nacimiento. El mendigo ocupa el lugar del príncipe, mientras que éste último deberá sobrevivir a las duras condiciones de los bajos fondos. Cuando surge el susodicho intercambio, el lector debe hacer un pequeño esfuerzo de credibilidad, que otorga la simpática circunstancia de que a los chiquillos no los reconozca ni su padre. Dando pie y por separado, a las aventuras de cada uno en sus renovados estatus sociales. La estructura de la obra separa ambas aventuras por capítulos, aunque destaquen en cantidad las peripecias del príncipe con los estamentos más bajos de la sociedad inglesa. Mendigos, rateros, borrachos y pobres gentes del lugar. De esta manera cumple con la conocida tradición de conocer los problemas de su pueblo de primera mano, así como las injusticias que se cometen en su reino por leyes absurdas y excesivamente duras. Tom Canty también debe hacer frente a otro tipo de problemas, más reales y corteses que sirvan para denunciar los privilegios de los nobles. Además de llegar a complicarse por la inoportuna muerte del rey, solemne acto que conlleva a preparar la futura coronación del príncipe impostor.

Obviamente ambos infantes manifiestan de inicio el error de sus identidades, pero los ciegos adultos apenas pueden discernir más allá de las vestimentas, y tildar de locuras los intentos de los pequeños por hacerse explicar. Queda por tanto una pequeña muestra quijotesca de que los niños sean tratados por locos en esos tiempos altomedievales. Con la notable aportación del humor que viene a unirse a las buenas maneras del texto. En cada aventura de aprendizaje siempre aparece la figura de un mentor y la inestimable colaboración de terceros que ayuden al héroe del relato. Tom Canty logra salvar ciertos escollos gracias a los consejos de nobles leales a la corona, además de la propia perspicacia del niño. Incluso para llegar a impartir justicia desde el más estricto sentido común que ponga en evidencia las absurdas leyes, los protocolos y gastos tontos que conlleva la corona. Sin embargo, y para mayor disfrute de la novela, el falso mendigo se mantiene digno a la casta que le otorga su azulada sangre. Tanto como para no renunciar en ningún momento a su dignidad real y exigiendo, a cualquiera que se cruce en su camino, a prestarle la correspondiente obediencia y servicio. De ahí que el escritor se centre más tiempo en sus desventuras por diferentes lugares y gentes que elevan la burla sobre el niño vestido con harapos. El mentor de Eduardo Tudor aparece en la paternal figura de una antiguo soldado que intenta regresar a sus tierras. Responde al nombre de Miles Hendon y cumple otra clásica subtrama del regreso, la del hijo prodigo tras marchar a la guerra. 

Las andanzas por separado muestran otro clásico del genero infantil. Al exponer los contrastes de dos mundos opuestos. La caída del mito del bien vivir de los reyes y príncipes frente a la experiencia del privilegiado por conocer las condiciones de sus súbditos que ayuden al futuro monarca reinar con conocimiento de causa. Es cierto que se repiten ciertos esquemas tradicionales que hacen perder valor la lectura por la sencillez de adivinar la resolución de ciertos pasajes. Sin embargo, el merito de la novela recae en el encadenado de problemas a los que deben hacer frente los protagonistas. Variados conflictos que tocan diversos temas a los que hacer frente y animen la lectura de los más jóvenes. 


... nosotros somos unas malas personas en ciertos aspectos sin importancia, pero no hay entre nosotros nadie tan miserable que sea traidor a su rey. Malaspulgas


El príncipe y el mendigo
Mark Twain
Ed. El país aventuras
2004

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