El libro trata sobre el purgatorio. Un lugar donde la teoría dicta que está para redimir almas
y poder optar alcanzar los cielos. En este caso se plantea en un universo tan fantástico, que cualquiera puede imaginarse el suyo. A ése lugar nos lleva el escritor, a su peculiar mundo y a su libertad creativa para dotarla de vida donde describe el funcionamiento de las cosas. El lector cuenta con la libertad del pasaje. Si no gusta, tan sencillo como cerrar el libro y a otra cosa mariposa. Sin embargo cuenta con un enorme anzuelo desde el principio, con un protagonista tan locuaz como malhablado, al que ubica en una situación tan extraña que logra retener la lectura en una memorable presentación del extraño lugar donde se desarrolla la acción. Y nada mejor que el gancho del humor como compañía del viaje.
Como ya se ha escrito, la estancia en el purgatorio está destinada para expiar pecados. Luego está la opción individual de cada uno, como poder pasarse por el forro las obligaciones del lugar. Tampoco hay razones para apurarse que impidan disfrutar del momento. Total, hay toda una eternidad para llevar cabo tales obligaciones, ya se sabe que las prisas nunca fueron buenas compañeras de viaje.
La novela se divide en varios capítulos. Un esquema que sigue la clásica línea cronológica del principio y del final, pero aprovechando tales episodios en separar las diversas aventuras del personaje principal. Una de las grandes virtudes del relato es su estilo directo, al grano, donde apenas pueda perderse el tiempo con alargadas descripciones que solamente servirían para frenar el acelerado ritmo del texto. Tiene pinta de que Juan Eladio intenta evitar perder tiempo, en una extraña necesidad de buscar la complicidad de la sonrisa, incluso recurrir a subrayar los diálogos de un protagonista incapaz de cerrar la bocaza, y exponer sus alegres pensamientos de manera continuada. Tras un arranque espectacular, la novela contiene los lógicos vaivenes. Obviamente hay algunos tramos donde decae el interés de las aventuras pese a los notables esfuerzos por mantener la guasa en cada momento. En ocasiones parece un cómic de Ibáñez, al querer recurrir a cualquier argucia con tal de seguir sumando gracias. Incluido el gusto por el exceso, con explicaciones tan retorcidas como ilógicas.
Es una tela que redirige los rayos de luz reflejando lo que hay detrás de ella.
Te convierte en una piedra en el río. La luz te esquivara como el agua esquiva una piedra y te convertirá en invisible como lo es una pequeña piedra desde el interior de un río. Funciona como el calor de un día caluroso. Si observas el horizonte verás que el aire ondula. En esas ondulaciones te esconde esa capa. - No entendí una sola palabra
Es mejor no tomarse nada demasiado en serio, tal como hace el protagonista. Una entrañable figura que se adhiere perfectamente a ese mundo de locos, como si su destino hubiera sido llegar al purgatorio y aceptar cabalmente las rarezas de ese sitio. Nada mejor que adaptarse al entorno. Porque la novela Sal de mi vida es como un parque de atracciones. Tan divertido como cuando te colocaban la pulserita de turno para poder disfrutar de toda la feria. Siempre había atracciones que gustaban más que otras, pero la barra libre del jolgorio perduraba más tiempo sobre los recuerdos que las calcomanías actuales.
En puertas estrechas es mejor pasar en fila.
El suicida
Sal de mi vida
Juan Eladio Hernández
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