Río y pinar de la Acebeda |
Tras dejar atrás encinas, jaras, pinos y robles, el cuidado sendero discurre casi en paralelo al río Acebeda, al lado del alegre soniquete del discurrir de las aguas
y la explosiva naturaleza. Tan contundente como la mano del hombre sobre ésta, al alcanzar el denominado decantador y el azud. El lugar donde los romanos obtenían el agua para trasladarlo a Segovia mediante una represa que desvía parte del cauce del río, y que previamente, se puede seguir su recorrido gracias a las visibles arquetas vistas en el sendero anterior. Un bonito trabajo de ingeniería que acrecienta el valor del paseo por su valor histórico y singular. Cabría destacar el coqueto roquedo del azud y las grapas metálicas que unen los bloques graníticos. El decantador mola simplemente con verlo. Siempre hay cuerpos, aunque estén hormigonados, que deleitan la vista. Al lado se encuentra un mojón de la época de Carlos III, un hito que marcaba el coto de la zona de caza del monarca. Afición que permitió salvar a este, y a otros bosques reales, de la masiva explotación del hombre. Algo bueno habrá que reconocer entonces a los Borbones.
La excursión continua por la senda que sigue sobre el yacimiento, disfrutando de las vistas y remontando el camino del río hasta un puente que supera el vado de Arrastraderos. Se continua por la senda, a contracorriente del río Acebeda, que quedaría a nuestra derecha, internándose en un encajonamiento donde los acebos empiezan a sobresalir en los laterales del monte. Un poco más adelante, la agradable senda pretende alzarse sobre la loma de la izquierda, inquieta por escapar de la vaguada del río, o curiosa por descubrir qué tesoros se ocultan al otro lado de las empinadas laderas. El excursionista y su perro declinan tal invitación, prefieren continuar por el hilillo de vida que supone el río; a través de sendas ocultas o inventadas, ascendiendo por las imaginarias piernas de una velluda mujer, cuyos muslos andan poblados por centenares de pinos albares, tan rectos como la fijación de algunas ideas. Ante tanto pino, surgen diversas zonas de repoblación junto al río, espacios acotados con flora de ribera que emergen felices sobre los plásticos que frenan la felicidad del esparcimiento en el momento del éxtasis. Son bastantes estos vallados de repoblación y suelen acumularse en el lado correcto, por lo que toca vadear el río en más de una ocasión.
Azud del acueducto |
La excursión continua por la senda que sigue sobre el yacimiento, disfrutando de las vistas y remontando el camino del río hasta un puente que supera el vado de Arrastraderos. Se continua por la senda, a contracorriente del río Acebeda, que quedaría a nuestra derecha, internándose en un encajonamiento donde los acebos empiezan a sobresalir en los laterales del monte. Un poco más adelante, la agradable senda pretende alzarse sobre la loma de la izquierda, inquieta por escapar de la vaguada del río, o curiosa por descubrir qué tesoros se ocultan al otro lado de las empinadas laderas. El excursionista y su perro declinan tal invitación, prefieren continuar por el hilillo de vida que supone el río; a través de sendas ocultas o inventadas, ascendiendo por las imaginarias piernas de una velluda mujer, cuyos muslos andan poblados por centenares de pinos albares, tan rectos como la fijación de algunas ideas. Ante tanto pino, surgen diversas zonas de repoblación junto al río, espacios acotados con flora de ribera que emergen felices sobre los plásticos que frenan la felicidad del esparcimiento en el momento del éxtasis. Son bastantes estos vallados de repoblación y suelen acumularse en el lado correcto, por lo que toca vadear el río en más de una ocasión.
También tropiezo con algún que otro pequeño tejo, hermosos arboles de las umbrías que
Acebos |
La vía de escape es en realidad un arrastradero, una puta ascensión a plomo sobre la ladera que escondía el deleite. El peaje es caro, al final parece que siempre llega algún tipo de receta a abonar, o a darse prisa por acabar. A ambos lados, los pinos parecen querer erguirse hacia el cielo, en una disputada lucha por ascender hasta el maldito collado del río Peces, la loma que nos acoge después de superar el rampón de los cojones. Un nuevo respiro para poder coger aire, se ve que no soy tan joven como creía y no hay tal aguante presuntuoso.
Justo en medio hay un majestuoso pino albar, donde algún paisano se ha currado un pequeño asiento rocoso que sirve para estudiar el retorno. Pues varios caminos invitan a jugar a la bonita elección del pito pito gorgorito. A la derecha se pueden recorrer las alturas de la loma, a la izquierda, atacar la Pinareja (no hay huevos) y de frente, el descenso; el retorno hacia el pinar por un coqueto sendero de bajada, excesivamente largo pese al disfrute de la sombra, del silencio de los pasos y del cansancio que se acumula. En un recodo, se alcanza un canchal de la Mujer Muerta, una buena escombrera que haría el deleite de los amantes de los materiales de construcción. Buenos muros podrían hacerse ante semejante sarao de pedrolos.
El canchal |
Desde el regocijo que otorga el apacible yantar, se vislumbra el voluptuoso pinar precedente y las rechonchas formas que esconde la Acebeda. Sinuosas y agradables frente a la yerma pradera de la meseta. Desde la lejanía se vislumbra como algunos pinos parecen querer erguirse sobre sus compañeros. Incluso en la naturaleza hay luchas por pavonearse y aparentar. Recogida la merendola se alcanza la ancha Cañada Real Segoviana Occidental. Tan ancha que es un lujo avanzar por los viejos recorridos de la trashumancia ibérica. Toca retornar al entorno del embalse de Puente Alta y alcanzar la cola del pantano. Al lado de los restos de un antiguo rancho, entran las aguas de la Acebeda, cuyo nombre profesional muta al de río Frío. Un leve tránsito por la carreterilla para alcanzar los muros del embalse. Lugar donde las aguas se escapan por la chorra del pantano hacia otros lugares.
Álbum de fotos
Pano embalse
Bibliografía
La sierra de Guadarrama por otros caminos
Miguel Tébar Pérez. Ed El senderista
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