Esta es una de esas novelas que ha sobrevivido al paso del tiempo bajo un aura considerable, alabada y bastante reconocida en el mundo occidental. En el camino tuvo un buen empujón gracias a Gilbert Millstein, crítico literario que aupó aquella publicación como una verdadera obra de arte en su reseña para el The New York Times. Un texto que expone, de manera autobiográfica, los viajes del protagonista por las carreteras de Estados Unidos, en una extraña afición de recorrer semejante país de costa a costa. Corría el año 1957, y el escritor Jack Kerouac ponía la piedra angular de la llamada generación Beat, un movimiento literario surgido tras la Segunda Guerra Mundial y que terminó por influir en la sociedad americana de la época. Un retrato generacional que distaba de la imagen estereotipada de los felices yanquis de los años cincuenta.
La escritura de la novela también tiene su historia, pues Kerouac se encerró unas semanas para escribir de manera frenética a lo largo de un enorme rollo continuo. En su reclusión, contó con la ayuda de las anotaciones que hizo en sus cuadernos mientras realizaba tales viajes a finales de la década de los 40. La importancia de la novela, es tal, que anda aupada entre las más influyentes e importantes de las letras estadounidenses. Un éxito editorial de referencia generacional, que cuenta con numerosos seguidores y con excesos colaterales; como la particular búsqueda de Terry, una novia mexicana de Kerouac a lo largo del primer viaje descrito en el libro y que dio pie a una curiosa investigación.
Y ahora llega un humilde servidor, para explayar alegremente que la lectura de En el camino, se me ha hecho bola.
La novela de Kerouac abarca una magnífica experiencia personal a través de los alocados viajes de Sal Paradise (el sobrenombre del propio escritor) mientras recorría su país haciendo autostop, en autobús, tren, o por medio de desvencijados coches a toda velocidad, tanto por las carreteras como por las letras que lo describen. Tal atropellamiento, encaja con la escritura de la misma: alocada, repetitiva y sinuosa, donde da la sensación de que esta novela tiene mejores ideas que literatura. El libro anda repartido a lo largo de cinco capítulos cuyos puntos de partida y llegada se sitúan entre Nueva York y San Francisco. Con la ciudad de Denver como parada, casi obligatoria, para dar rienda suelta al desenfreno, de unos jóvenes, que recorren tantas millas como corridas nocturnas. Destaca la visión personal de Sal Paradise, narrador principal que termina por ahondar en la llamativa experiencia vivida años atrás, una llamada desinhibida que le arrastra a embarcarse en los grandes paisajes del interior del país a la búsqueda de algo que siempre anda buscado quien se interna en el mundo adulto. Alguna respuesta o experiencia que alimente hacia dónde reconducir sus pasos.
Carlo y Dean eran como el hombre del calabozo y las tinieblas, el underground, los sórdidos hipsters de América, la nueva generación beat a la que lentamente me iba uniendo.
En ese trayecto, comparte experiencias con otros múltiples personajes similares, quienes coinciden en un estilo cercano al vagabundeo de andar sin reparos de un lado para otro. Y en medio de tanto viaje está la juerga, las drogas, el sexo y la música como telón de fondo. En una repetición constante donde sólo varían lugares, personajes y recuerdos descritos en una particular manera de minimizar o explayarse según convenga. Es por ahí donde se nota cierta redundancia que amenaza con extenderse a lo largo de todo el texto. Por suerte, surge un fantasma, una figura imprescindible que eleva el interés de la lectura en la curiosa personalidad de Dean Moriarty, el alter ego de Neal Cassidy. El colega zumbado que tiene la capacidad de transformar a quienes rodea por su llamativa forma de ser. Porque Moriarty es un personaje tan desfasado que cuesta creer a semejante elemento. Uno de esos versos libres que aparecen con un don diferenciador, atractivo y adictivo, pese a saber de antemano que es un elemento del que hay que resguardarse en algún momento. Y sin embargo, ambos se compaginan perfectamente, aunque se note cierta devoción de Paradise por su compañero de viaje.
A pesar del soplo refrescante que alcanza todo personaje soberbio, la novela vuelve a caer en la redundancia de los viajes, los coches y la conversaciones transcendentales. Para el final se deja un último peregrinaje a México como guinda de los exhibidores principales de las Roads Trips, la cacareada apoteosis final de un viaje legendario. Hay que reconocer que en ámbitos generales molan las aventuras de estos personajes y la candidez de rememorar cómo se embarcan en un mundo que ya no existe. Lejano y perdido a mediados del pasado siglo cuando el mundo se descubría y vivía en primera persona. Seguramente, esta lectura llegue 25 años tarde, cumpliendo así una característica imprescindible del relevo generacional, una obra que cumple su cometido en un momento dado, pero que fuera de ahí, pierde toda su capacidad de sorpresa. Luego llega el día de la decepción cuando uno se da cuenta de que es desgraciado y miserable y pobre y está ciego y desnudo, y con rostro de fantasma dolorido y amargado camina temblando por la pesadilla de la vida.
En el camino
Jack Kerouac
Jack Kerouac
Ed Anagrama, Colección compactos, 2014
