22 de noviembre de 2019

Nathanael West: Miss Lonelyhearts y El rey de la langosta


El escritor de estas obras cortas falleció en un accidente de tráfico en 1940. Parece ser que West era un pésimo conductor; una breve disculpa para presentar a un descerebrado capaz de soltar el volante si surgía la locuaz ocasión de encararse con el acompañante. Dejando al libre albedrio el destino del vehículo. Curiosamente volvía de un rancho mexicano tras conocer la muerte de William Faulkner, una de sus intimas amistades cuando ocurrió el fatal accidente.

De la carrera literaria de West solamente pueden nombrarse cuatro novelas. Las más importantes acopiadas en esta edición abonada al placentero 2x1. Porque cortas eran sus narrativas, tan reducidas en tamaño como el reconocimiento del público, más bien escaso que le llevó aceptar el trabajo de guionista en Hollywood en películas de serie b para poder medrar su economía. Por ahí no le fue tan mal. Pero su obra literaria fue reconocida a posteriori y él mismo fue encuadrado dentro de la denominada como Generación Perdida de la literatura americana. Junto a otros autores como el propio Faulkner, Hammet o Hemingway.

En el fondo hay literatura
Miss Lonelyhearts retrata a un periodista que se esconde tras el seudónimo femenino del título, y que contiene una sección en un periódico donde responde las cartas de los lectores. En plan consultorio para dar salida y consejo a las penas que recibe. Visto desde la distancia no parece un trabajo demasiado estimulante sino fuera por la cotilla atracción de entretenerse con los males ajenos. Incluso el propio director del diario se burla de las tareas de Miss Lonelyhearts por llevar a cabo tal trabajo, importando únicamente el número de ventas del periódico. Nuestro protagonista acoge esas cartas desde una perspectiva bien diferente, llegando incluso a interactuar con los remitentes para sacar algún beneficio, normalmente carnal, reírse de los mismos o buscar alguna respuesta a su insulsa vida en los bajos fondos de las bebidas alcohólicas. Pero ay!, entre tanta vida banal y andar enredado con qué responder a los desgraciados, nuestro pequeño héroe vira hacia una trascendencia vital, al tener que asumir la responsabilidad de dar salida a problemas reales de gente en apariencia desesperada por encontrar un diván donde poder explayarse. Aunque sea de manera anónima y con la impersonal distancia del correo.

¿Nos has tomado por apestosos intelectuales? No somos impostores europeos - Shrike

 
El rey de la langosta merodea en terrenos conocidos por el escritor, al estar ambientada en un grupo de personas alrededor del mundo del cine del Hollywood de la década de los años 30. Y en ese ambiente de bambalinas, West describe a sus personajes con el glamour dorado de la industria como decorado de fondo, pues sus personajes subsisten como meros extras y trabajos secundarios a la espera de la gran oportunidad. El viejo sueño tan vendible como poco real para quien sepa sumar que el triunfo apenas llega a unos pocos privilegiados. Esta segunda novela es más coral, aunque ande capitaneado por un ilustrador que se enamora de la chica equivocada, hija de un vendedor ambulante con pasado de artista. El problema para Tod, el dibujante, es que Faye tiene su propia obsesión con hacer carrera cinematográfica. La deseada mujer anda rodeada de otros personajes que andan también tras sus pasos, ansiosos por hincar el diente al pastel que se bambolea graciosa entre tanto varón. La competencia masculina agrupa a un selecto grupo, cada uno con sus cosas: un enano pendenciero, un vaquero que malvive cazando ardillas para poder comer y su compinche mexicano, dedicado a las peleas de gallos. El último esclavo lo compone un hombre gris, hueco y maleable que responde al meteórico nombre de Homer Simpson.

Ambas novelas comparten cierto carácter trágico, triste y desasosegado. Herederos del crack del 29, las personas de las novelas buscan superar las dificultades propias de la economía y de una sociedad descompensada. Por un lado destacan quienes cuentan sus penas a una supuesta periodista, un desahogo efímero que muestra las miserias escondidas de los barrios más pobres. Y a éstos, West incluye a verdaderos enfermos mentales, violentos y presuntos violadores. Sin reparo en señalar que dentro del ser humano se hallan seres despreciables. También entre la plebe. La esperanza puede recaer en la teórica ayuda que presta el protagonista, obligado por su trabajo a adoptar una postura de empatía que lleva a verse en la premura de tomar partido; ser responsable de sus fanáticos seguidores. Como un nuevo apóstol que predica la esperanza sobre sus discípulos. Es una tarea compleja, más si cabe si nuestro héroe supera los desprecios del jefe intentando llevarse a la cama a la esposa de éste. O dejando de lado a la única persona que muestra un interés real hacia su persona. La continua comparación con Cristo se cae a pedazos por parte de un héroe sin ningún rigor sobre el ejemplo que intenta predicar.

Ay Faye, quién te pillará de verdad
A rebufo del éxito que emite el séptimo arte, El rey de la langosta ofrece una curiosa disección de la industria de Hollywood. Una descripción alejada de los grandes nombres, centrada más bien entre las gentes que buscan jugar a la lotería del sueño inventado. El del triunfo en una sociedad tan competitiva como la americana, pero con la deferencia de que suele ser bajo el pilón del trabajo individual y colectivo en lugar del voleo que depara la suerte. Como la madre que siempre está buscando a su hijo que anda perdido, o más bien jugando, y al que busca denodadamente una oportunidad porque el nene baila y canta, y ya con eso debe valer. El sueño se reparte de manera desigual entre los personajes del relato. Tod es incapaz de ganarse el afecto de Faye, salvo en sus pensamientos y en sus planes de futuro, que chocan con la realidad de hincar el diente a un simple filete. Un sueño del que se despierta tarde. Como la mayoría de quienes suspiran adormilados sin detenerse a mirar la realidad que se encuentra delante. Tal como descubrió West cuando conducía por El Centro (California) y empotraba su coche contra un Pontiac. Segando su propia vida y la de su esposa Eileen. Ellos eran los afortunados trabajadores del Hollywood que logran triunfar. Mientras que la familia del Pontiac eran inmigrantes que buscaban ganarse la vida en la própera California doblando el espinazo.
 
Claude podía seguir la encantadora línea de la columna vertebral descendiendo hasta las nalgas, que eran como un corazón al revés.  


Miss Lonelyhearts y El rey de la langosta 
Ed Random House Modadori, 2010

------------------------------------------------ 

Nice Guy, Bad Driver articulo de Robert Lacy - The American Interest

No hay comentarios:

Publicar un comentario