28 de junio de 2019

Nana

Auge y caída. Así de breve, conciso e infantil podría resumirse la novela de Zola. Una obra capitalizada por Anne Copeau, más conocida por el apelativo de Nana y cuyo personaje ya aparecía brevemente en La taberna, siendo la hija de la lavandera Gervaise. La protagonista de esa otra novela que continuaba la rama familiar Macquart, dentro del ciclo de novelas que ideó el bueno de Zola sobre la Francia del II Imperio en el siglo XIX; y que se extendió hasta veinte libros diferentes. Por entonces, la joven Nana apuntaba maneras, a través de su rebeldía juvenil, aficionada al ocio nocturno y descubriendo el modo de cómo ganarse la vida. Pero el tiempo pasa y la niña logra independizarse con su propia aventura, dispuesta a acaparar el protagonismo a partir del teatral mundo del espectáculo junto con el comodín que guarda entre sus piernas.
Así Nana, así. Abrete de páginas

Sin necesidad de acudir a presentaciones o elaboradas construcciones que parta de base alguna; Émile Zola opta por exponer directamente el triunfo de Nana sobre París en la noche de su estreno. Porque Nana es en realidad un cohete, uno de esos explosivos que llaman la atención de los niños y que los mantiene atentos al encendido de la pirotecnia. Y en este caso concreto, la atención se centra en la vertiente masculina, expectantes a los encantos naturales de la protagonista, cuya voluptuosa figura se eleva y penetra sobre la sociedad parisina mientras representa a la diosa latina del amor. Toda una declaración de intenciones, cuando la misión de los petardos consiste en explotar los bolsillos de los hombres mientras éstos andan embobados con los fatuos fuegos de colores.

Héctor pensó que debía decirle algo amable. Su teatro... -empezó a decir con voz aflautada.
Bordenave lo interrumpió tranquilamente, con crudeza, como hombre a quien gustan las situaciones francas.
-Diga mi burdel.


Las nobles intenciones artísticas quedan reducidas a la promoción del producto, porque la rentabilidad de la prostitución queda demostrada cuando Nana y la tropa liberal que la acompaña, se disputan la atención de los acaudalados señores, plenamente dispuestos a mantener los caprichos de sus amantes. Y la exhibición sobre las tablas otorga cierto renombre y deseo sobre las personas que interpretan los sueños de los demás. Porque la decadencia francesa abarca a banqueros, burgueses y nobles. Mezclados alegremente en el jolgorio con los propios buscavidas del amable entorno por el que andan.

¿Va usted a casa de Laure? -murmuró Fauchery riendo-.... Yo creía que sólo unos pobres diablos como nosotros...
-!Hay que conocerlo todo amigo!


El premio gordo lleva categoría de conde y responde al nombre de Muffat. Personaje que representa la rectitud, los valores y la tradición ligada a firmes convicciones religiosas. Pero la tentación de la carne también llegó al paraíso, allá donde el hombre y la mujer descubrieron sus vergüenzas. Si Zola quería mostrar la decadencia del II Imperio francés o el choque entre el pueblo llano y las supuestas élites del momento, nada mejor que enfangar el asunto por medio del oficio más viejo del mundo. Allí donde la puta se vende a precio de oro y termina siendo la reina.

La novela anda repartida en varios capítulos que acogen una buena retahíla de personajes. Al principio puede aturdir el elevado número, pero con el paso de las páginas éstos terminan por asentarse cómodamente en el relato, liderado siempre por Nana y su desbocado ansía de acumular riquezas, trajes y reconocimientos sociales que la impiden disfrutar de los logros obtenidos. Como una niña malcriada que pueda llegar en ocasiones caer en el exceso de la caricatura. Curiosamente hay un único capítulo donde Nana se deja llevar por la locura del amor. Porque sin venir casi a cuento, nuestra heroína elige marcharse junto a Fontán, un compañero teatral, a vivir del aire y de los caprichos bohemios de juventud. Pero éste es un ser egoísta, odioso y tacaño donde Nana termina por ejercer la calle con tal de mantenerlo a su lado. Este breve lapsus sirve al autor para describir los oscuros callejones de la profesión, hasta que Nana es rescatada del tiránico poder de los hombres gracias a Satin, otra prostituta que termina por unirse al listado de amantes de la protagonista. Resulta curioso que el único atisbo de amor que experimenta Nana se la devuelva el cruel destino de la misma forma.

Èmile Zola desgrana con soltura la sociedad de la época y el contexto histórico francés que camina entre ciertas bondades económicas, con la celebración de la exposición universal en la capital hasta la confrontación bélica con Prusia. Por esos lares transita Nana, dispuesta a devorar con su libertinaje todo aquello que la rodea; en ocasiones de un modo tan grotesco que la exageración pudiera perderse en otras manos. Salvo con Zola. Quien mantiene el tipo de su escritura a pesar de encadenar brutalidades como si otra cosa no fuera posible.

Se hacía mayor, envejecía, ignorante de la carne, sometido a unas rígidas prácticas religiosas, habiendo ordenado su vida con arreglo a preceptos y leyes. Y bruscamente lo arrojaban a aquel camerino de actriz, frente a aquella mujer desnuda. Él, que no había visto nunca a la condesa Muffat poniéndose las ligas, presenciaba los detalles íntimos del aseo de una mujer, en un desorden de tarros y jofainas, en medio de aquel olor tan fuerte y tan suave. Rebelábase todo su ser, asustábalo la lenta posesión con que lo invadía Nana de un tiempo a esta parte, recordándole sus lecturas piadosas, las diabólicas posesiones que habían acariciado su infancia. Creía en el diablo. Confusamente, Nana era el diablo, con sus risas, sus pechos y su grupa hinchados de vicios.

Nana

Emile Zola
Ed RBA, 1991

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Historia natural y social de una familia bajo el segundo imperio.
  • La fortuna de los Rougon (1871)
  • La jauría (1871)
  • El vientre de París (1873)
  • La conquista de Plassans (1874)
  • El pecado del Abate Mouret (1875)
  • Su excelencia Eugène Rougon (1876)
  • La taberna (1876)
  • Una página de amor (1879)
  • Nana (1880)
  • Miseria humana (1882)
  • El paraíso de las damas (1883)
  • La alegría de vivir (1884)
  • Germinal (1885)
  • La obra (1886)
  • La tierra (1887)
  • El sueño (1888)
  • La bestia humana (1890)
  • El dinero (1891)
  • El desastre (1892)
  • El doctor Pascal (1893)

18 de junio de 2019

La fuente de Aldara

Fuente de Aldara
La figura del Arcipreste de Hita sobrevuela parte del blog; normalmente alrededor de las andanzas andarinas sobre la Peña, el monumento natural cuyas paredes fueron tatuadas con fragmentos del Libro de buen amor. Del resto de su paso por la sierra ya habrá tiempo, pero ahora que Bosco anda renqueante para troteos más grandes, conviene derivar los paseos a distancias más reducidas. Tan mínimas que puedan hacerse en familia e intentar que las niñas adquieran cierta costumbre. Y nada mejor que inaugurar los paseos infantiles que alcanzar una fuente cuyo nombre coincide con el de la primogénita. Hacia 1930 se decretaron tres sitios naturales sobre la sierra de Guadarrama: La Pedriza, el pinar de la Acebeda y las lagunas y cumbres de Peñalara. Hubo un anexo, o añadido que incluía un homenaje literario para celebrar los 600 años del libro de Juan Ruiz sobre una peña caballera, muy cerca del collado que separa ambas castillas. La Peña del Arcipreste de Hita.

Parece ser que para 1932 se aprovechó un manantial cercano para erigir una fuente en honor a la serrana que dio acogida al Arcipreste por estos lugares, y de nombre Aldara. La pastora de la que Juan Ruiz no reparó en calificar despectivamente sus facciones físicas.
 
Para llegar a la fuente conviene arrancar desde el inicio de la pista forestal de los Lomitos, PR-30 de la comunidad de Madrid, camino que nace antes del km 57 de la N-VI en la subida al puerto del León. Por ahí puede dejarse el coche y comenzar a caminar sobre la ancha pista. No hay posibilidad de perdida, con una única referencia de atravesar unas torres de alta tensión que afean el entorno. Las mismas que guardan el antiguo paso de Tablada; mientras nos adentramos bajo la sombra de los pinos. Por ahí  las niñas persiguen mariposas y un inmenso helechal refresca el final de la primavera. Más adelante surge el desvío a izquierdas, con los adornos propios de las rutas temáticas que ensalzan las administraciones. Un texto grabado sobre la roca en forma de libro precede la senda; una vereda que asciende levemente sobre la ladera copada por los pinos, baste decir que no existe mejor techumbre. En breve se alcanza una fuente sin nombre oficial, pero que cuenta con un chorro casi permanente desde sus entrañas, tanta, que en buena medida podemos toparnos con un lodazal cuando las aguas inundan los alrededores. 

A nivel local se la conoce como fuente de La Roca, basta con ver su redondeada forma, y sirve de base para atacar el próximo sendero que se empina. Con la complicación añadida de las piedras. Sueltas y escalonadas donde parecen mayores muros para patitas de tres y seis años. Pero las cabras tiran al monte, con Bosco abriendo camino por la senda trillada, tanto que el animal podría hacerla a ciegas tras recorrerla en múltiples ocasiones. No así la familia, que anda lenta y precavida a que las niñas sufran algún percance sobre los pedrolos. Tampoco conviene preocuparse en exceso, viendo como superan los baches con la alegría y la despreocupación propias de la edad. 

Tras la diversión andarina se llega a la fuente de Aldara, ligeramente apartada del sendero pero bien señalizada para evitar despistes. Rodeada de pinos, reposa en un pequeño espacio llano donde poder disfrutar de la merienda. La pena es que el caño anda seco, bastante tiempo si no recuerdo mal. Un bagaje triste que no logra dar función a un canalillo situado en su base para que evacue la ligera planicie del inexistente manantial.

La Peña del Arcipreste de Hita queda un poco más arriba, con sus textos grabados y una arqueta en su base que guarda un tesoro en formato de libro. Queda señalado el pedrusco. Reducido a segundón en este caso. Porque la fuente de Aldara merece su protagonismo pese a las delicadas palabras de Juan Ruiz. Como reprimenda al famoso trotaconventos, cierro la entrada citando otra fuente y a otra Aldara tan famosa como la serrana guadarrameña.



Se aparece una sultana
Que allí se quitó la vida,
por el cristiano que amaba
y allí viene cada año
allí se juntan sus almas
El agua mana fresquita
mientras que ellos se aman
El cristiano y la mora
Que llamaban la bella Aldara...  


Qué bonito estaba el pinar!