15 de mayo de 2019

Entre cercados versa el Canto de la Pata

Los muros de piedra seca forman, desde largo tiempo, parte del paisaje de las laderas y dehesas de la sierra del Guadarrama. De su contribución a la agricultura, al pastoreo y a los caminos que rodean poblaciones, cabe sumar el cercano reconocimiento por parte de la Unesco como patrimonio de la humanidad a la técnica de su construcción. Una edificación básica pero necesaria para el desarrollo humano en el ámbito rural. Aunque España aparezca citada junto a otros países en este arte tradicional, conviene matizar el dato desmenbrado de las autonomías, pues Madrid y Castilla y León andan excluidas. A pesar de tal singularidad, la mención de la Unesco es un logro que viene a recordar la necesidad de proteger un elemento tan básico como reconocible, y debería servir como un empujón para que se evite la dejadez, el abandono y el dudoso gusto de quienes remiendan con somieres, palés o alambradas de espino. Una excusa que me basta para volver a sacar el bastón y darme un garbeo local, para reivindicar viejas vías pecuarias entre Guadarrama, Los Molinos y Collado Mediano.
Diferentes muestras de muros de piedra seca. Muro en Cordel del Toril.




La tapia permite el paso del arroyo del Tejo

La ley de memoria histórica ha contribuido a cambiar el nombre de algunas calles. Y en Guadarrama se ha recuperado una antigua nomenclatura, que derivaría del uso que se hacía por esos lares. La calle de Las Fraguas precede a un antiguo camino, conocido en la actualidad como Calleja de Los Pradillos. Pero hace menos de 100 años, la vía se llamaba Camino de La Fragua. En realidad es una pequeña válvula de escape, un camino trillado por paseantes y vecinos gracias a su escaso desnivel. Cercado por muros descuidados, que guardan algunas fincas particulares y con la apetecible primavera rebrotando con verde esplendor. Bosco va sorteando charcos y el murmullo del arroyo del Tejo pretende esconder su cauce bajo un puente más bien feuco. Nada que ver con las bellas oquedades que ofrece el muro de la izquierda, donde la elaborada colocación de las piedras permite el paso del agua y pese a la caída de alguna losa que debería recuperarse.

El paseo continua recto, con la Torre guadarrameña a espaldas, cuyo baluarte verifica la excursión del dominguero con su perro, y tal vez, presumiendo el peaje de la vuelta. La calleja se bifurca, y como buenas decisiones electorales tiramos a izquierdas, hasta alcanzar la Colada de los Navarros. Allí, donde afloran en una nueva intersección parcelas privadas que se acogen al reciclado de vallas, lonas y demás basuras para guardar huertos, perros y otras tantas mierdas. Pero la barbacoa que no falte. 
Colada de los Navarros. Sí, hay que pasar por ahí.
La Colada de los Navarros llega hasta el termino municipal de Los Molinos. Pero antes conviene cerciorarse del abandonado camino a través del mapa u otras ayudas para abordar el follaje que intenta ocultar la senda. Las últimas lluvias andan estancadas, de tal modo que el lodo ocupa gran parte del camino a sortear. Superada la piscina, reluce el cercado, y unas hermosas lanchas de piedra puentean un arroyuelo. Como me gustan estas cosas.

La colada prosigue hasta cruzarse con la M622 y encaminarse a dehesas molineras. El paseo continua de remontada, donde busca encajonarse nuevamente en estrecheces. Tras una torre de alta tensión se llega a un nuevo camino cercado, una delicia verde cuyas tapias apenas oprimen la sensación de libertad que aporta el coqueto recorrido, y que esconde alguna dificultad en su trayecto. A medio camino se cruza el arroyo del Toril. Mientras que otro riachuelo, Los Irrios, circula mansamente en medio de la colada después de vadear el Toril. En realidad es un divertimento sortear tal arroyo, o predecir cómo coño será transitar tal camino en épocas más húmedas. Para algo inventaron el gore-tex, mientras que el bastón saca a relucir otras funciones más violentas sobre las zarzas y otras floraciones que intentan retener a los caminantes. El entretenimiento se acaba cuando la colada alcanza una exagerada vía, el Cordel del Toril.

A ambos lados prevalecen las fincas. Con ganaderías, hípicas y asilos principalmente. Los muros se mantienen alejados en esta especie de autopista natural que permite el paso de vehículos de ruedas gordas. Por lo menos queda el consuelo de encontrarnos con una virgen. Ligada al Espino y cuya efigie anda guarecida bajo una covachuela. Además cuenta con la colaboración del cambroño, cuyas flores adornan el entorno enrejado de la ermita rocosa. A izquierdas hay un pequeño caño y también un abrevadero donde Bosco se refresca a la espera del almuerzo. El día luce espléndido y las laderas de La Peñota andan recubiertas del florido color pajizo. 
Colada de los Navarros
La pista forestal continua remontando entre muretes, con algunos tramos donde los espacios se reducen, dando pie a pequeñas zonas sombreadas. Por ahí destacan algunas fresnedas en fincas más descuidadas, abandonadas y mezcladas con robledales que dan paso al rodeo de las dehesas por la ladera de la montaña. Otras andan a la venta, mientras que otras tantas andan explotadas según que funciones; bovino y caballar principalmente. Incluso hay algunas vacas sueltas por ahí, asustando al perruco por su mayor tamaño. El trasiego se hace tan agradable que me salto el desvío al pequeño embalse de Los Irrios, un pequeño tramo, pero suficiente para que venza la pereza de desandar parte del camino hacia esa mini presa en desuso. Proseguimos pues por la ancha pista, descendiendo hacia Los Molinos mientras esquivamos vehículos motorizados.

Se nota que la mañana avanza y que el tráfico aumenta. Aunque la suerte nos otorgue un sendero paralelo que acude raudo al rescate de tener que tragar polvo. Muy cerca del casco urbano destaca, hacia el norte, la abandonada mole del sanatorio de La Marina, hospital abandonado y a merced de los vándalos. Ya en el casco urbano seguimos el paso por diversas y llamativas calles; Paseo de los Transeúntes, Travesía del Molino de la Cruz... para terminar de llegar al Matadero. Pero sin tener que llegar a tal extremo, avivamos el paso hasta la Vereda del Canto de la Pata. Senda protegida y bastante utilizada por andarines y bikers. En algún mapa, algún listo quiso darle más lustre al camino, sustituyendo la pata por la plata. Aunque tal apreciado mineral es inexistente y por aquí sólo entonan peros una pierna y una pata.
Vereda del Canto de la Pata
La de Bosco es la derecha trasera, la mía, la izquierda. La bestia sufre una leve displasia, mientras que el otro animal suma una protusión discal. Y así circulamos ambos, jodidos por los miembros al unisono. En plan y tú más. Sólo nos quedaría ahogar lamentos en un bar y atrevernos a resaltar alguna canción popular. Sin embargo, nos hemos contentado con escaparnos al campo y que otros canten penas mientras vigilo de reojo que a Bosco le respete la pata. Cosa que no va a ser posible y queda claro que las futuras excursiones deben menguar en tiempo y dureza. De hecho, esta excursión tuvo que hacerse a cachos, pues Bosco cojeaba y no es plan de cargarse al perro.

La simpática vereda del Canto de la Pata alcanza la M614. Atrás quedan las laderas del sistema montañoso y el delito paisajista de las múltiples torres de alta tensión. Se cruza el asfalto hasta la cercana entrada de la Urb. Vallefresnos... La idea inicial era tomar una variante, una opción más divertida y reivindicativa entre cercas, como corresponde al título del post. Sin embargo toca acortar y enfilar por una acera en paralelo de la carretera, hasta que resurge un camino a izquierdas que bordea un picadero y se dirige directo hacia Guadarrama. El casi perdido Cordel de la Serranilla, ahogado por la invasión del hombre y la dejadez de la administración. 
Calleja de Los Pradillos
Habrá que contentarse con un pequeño merodeo que nos permita lindar con la urbanización Guadarrama hasta bajar al camposanto del lugar. Por allí surge una vereda, mal llamada del atajo vecinal a Collado Mediano. Ésa era la variante que quería coger después de atravesar Vallefresnos y que habrá que recorrer más adelante, pues empalma con el camino que separa el cementerio de la urbanización, y posteriormente llega hasta el pueblo. Como corresponde, entre un cercado de vallas y piedras, que por lo menos ha permitido mantener la antigua vía caminera.

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