De
vez en cuando sorprende la lectura de alguna novela. Normalmente en
positivo, ya sea por la temática de la obra o por la destreza
narrativa del autor. Como Detrás de la piedra, cuyo título
aúna ambas. También es cierto que se trata de una obra menor, de
tamaño principalmente, pero sobresale porque se centra en un aspecto
determinado que otorga un punto de vista diferente y enriquecedor.
Para empezar con un género tan poco visitado por la literatura
española, el carcelario, junto con al atractivo añadido de situarlo
en el contexto de la postguerra española. Y sin necesidad de
recurrir a grandes algaradas, porque la historia reside en un pequeño
pueblo, donde se mantienen las mismas rutinas diarias y cuyos
vecinos puedes llegar a saludar fácilmente varias veces al día.
Una
pista
|
El
protagonismo recae en Julio, padre de familia y director de una
fabrica local. Su figura representa una ligera anomalía en la
cerrada sociedad de Nebia, el nombre del pueblo donde
transcurre la historia. Básicamente, el delito de Julio es pensar un
poco diferente del resto, aunque él mismo se reconozca devorado por
la costumbre diaria y necesite escaparse a la ciudad provincial para
poder sacudirse tal monotonía. Sin embargo arrastra una denuncia
sobre sus espaldas, que viene a colación sobre algo tan hispano como
las cuentas pendientes. Ésas que tan bien encajaron durante y
después de la guerra civil. De esta forma, Julio termina con sus
huesos en la cárcel, cuya justicia de postguerra queda retratada en
las páginas de la novela con el peculiar caso del protagonista de
por medio. Un asunto nada claro y que permite privar de libertad al
sospechoso mientras se aclara realmente que pasó.
Es
tan difícil al juez demostrar mi culpabilidad como a mí me resulta
demostrar mi inocencia.
Julio
Una
vez metido entre rejas, sólo queda la libertad del pensamiento para
poder encajar con tiento las paredes que oprimen la sensación del
verse atrapado. Y como hay tiempo de sobra, hasta para crear un mapa
sobre las grietas del habitáculo, Carmen Kurtz traslada al lector a
diversos pasajes del pasado de Julio, a presentarnos las típicas
descripciones de la familia, la relación con su mujer, su influyente
suegro, diversas amistades y otras tantas amantes. La estructura de
la novela salta entre el presente y el pasado, mezclándose con hábil
alegría bajo el punto de vista de Julio, quien debe luchar por
mantenerse sereno en el ambiente plomizo de la cárcel, de la que
espera salir pronto, al saberse él mismo inocente de la acusación
del robo. Pero atar cabos no resulta sencillo bajo el peso de la
rutina. Incapaz de recordar con exactitud los pormenores que le
otorguen una coartada sobre el supuesto delito. Entre esos vaivenes
destaca la acumulación de recuerdos y cómo el paso del tiempo logra
socavar el pensamiento de Julio.
El lector asiente a la comodidad que otorga el silencio para que Julio examine su vida. Sus deseos, fracasos y el sueño de poder optar a las oportunidades que vendrán. Curiosamente hay un choque vital que hace evolucionar al protagonista, tan preso está dentro de las rejas como atado a la cotidaniedad de su vida en Nebia. Es decir, se da paso al tradicional examen personal de los planes y suelos sin cumplir. En realidad es un sentimiento tan humano para el desarrollo, que normalmente anda ligado a la posibilidad de tener una segunda oportunidad. Y gracias a la cárcel, el preso obtiene el poder de observar un punto de vista diferente de la realidad en la que estaba realmente atrapado.
Gracias a esta temática carcelera, puede observarse un retazo de postguerra en una zona de provincias, donde todavía quedan posos de resistencia en forma de maquis o el mero avance de una sociedad en reconstrucción, a través de la sociedad burguesa con la que se codea el protagonista. Y por supuesto, el microcosmos de la propia cárcel, la vida de los presos, la variopinta colección de estafadores, prostitutas, ladrones y asesinos. Una buena colecta de historias personales que mantiene la mayor de las condenas en el horizonte, allá donde el vil garrote presiona sobre las vidas hasta apoderarse de ellas.
Detrás
de la piedra resulta una novela sencilla y agradable de leer.
Queda por destacar el curioso intercalado entre el presente y los
recuerdos de Julio, a veces son simples frases que acomodan el texto
y lo enriquecen gracias al loable trabajo de la escritora. Un buen
ejemplo de quien sabe crear y contar historias en un reducido número
de páginas.
...pero
van a matarme¡", dices. Sí, amigo. Van a matarte y vuelvo
a repetirte, ¿qué más da? Desde el momento que tú estás
dispuesto a hacerlo, ahórrate el trabajo. Deja que otros se
equivoquen.
Julio
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Detrás
de la piedra
Carmen
Kurtz
Ed
GP. Col
Reno
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