28 de noviembre de 2018

El milagro de P.Tinto

Han pasado veinte años desde el estreno de El milagro de P. Tinto, una película que pronto destacó por una serie de facetas que la etiquetaban alrededor del surrealismo y del humor absurdo como mayores motivos de elogio. Pero el debut de Javier Fesser destaca más por su singularidad, pues siempre hay otras cintas que cuentan historias extravagantes. De hecho siempre se citan a otros autores, como Terry Gillian y a otros filmes, como Delicatessen, como referentes en el estreno de Fesser en la dirección. Y siempre con el reclamo del humor para ser más llevadero la peculiar historia que se expone. Han corrido dos décadas, y P. Tinto queda ubicada como un pequeño referente cinematográfico. De hecho, cuesta encontrar un filme que aúne ciertas similitudes con la obstinada intención de la familia P. Tinto por tener herederos y su particular manera de contarlo. Una virtud que destaca la supervivencia de una película a lo largo del tiempo, elevada a ciertos altares por algunos espectadores que logran aupar a la película al cercano podium del culto.

Luis Ciges, protagonista del filme
Curiosamente, la formación de una familia es el tema central de la película. Una intención tan noble como dificultosa a la hora de elaborarla según que criterios. En este caso al usar unos simples tirantes para sujetar pantalones en lugar del seductor chirrido de los camastros. De este modo, se coloca a sus protagonistas en un reducido espacio por donde deambulan sus acciones, por ejemplo la vivienda principal se sitúa en un apeadero ferroviario, junto a otros lugares que se repiten constantemente en el minutaje. Para después jugar con el tiempo y detenerse, nuevamente, en momentos concretos para dar rienda suelta al entramado de la película, la adopción y acogimiento de supuestos churumbeles, el paso del ferrocarril, el desarrollo paralelo de la historia de Pancho contada en blanco y negro... Recurriendo al énfasis de la repetición como un chiste que se repite por el mero hecho de ser gracioso.

Cabe destacar la fuerza visual de Javier Fesser, desarrollada a lo largo de sus trabajos previos en la publicidad y en el interesante aporte de una amplia cultura audiovisual. A lo largo de la película pueden verse recogidos ángulos tan diversos como las series de dibujos animados, homenaje incluido a los cachivaches de la marca Acme, así como la clara referencia del cómic, sobre todo en primeros planos y su uso para ciertos golpes tan logrados, que las caracterizaciones son llevadas a las lindes del estereotipo. En su día fue inevitable citar la sombra de Francisco Ibáñez (creador de Mortadelo y Filemón) en la caracterización de los personajes. Una referencia tan simple que se tradujo en la postrera adaptación de los tebeos citados. 
Tengo un ovni formidable...
En la parte personal, me gusta creer que el director planteó su guión como una realidad trastocada que termina siendo devorada por un colectivo de personajes singulares. Y que choca con la lógica impuesta por la realidad fuera de las pantallas. Estos personajes son llevados al mayor de los extremos, como al sacerdote Marciano, quien representa las formas más viscerales de la religión de posguerra española. O una extraña pareja de extraterrestres, quienes llegan alegremente al hogar P.Tinto, como si tal situación fuera la cosa más normal del mundo. Como normal es enfatizar diversos aspectos reconocibles para el público ibérico, como un seiscientos transformado en una nave del tiempo, la reiteración del gran invento que supone ser la gaseosa como refresco o la adaptación de canciones populares para la película. Para el final toca reiterar el paso del tiempo. Veinte años son una pequeña muestra que apenas discute el envejecimiento de una película inigualable. Una rara avis que por su condición sirve como muestra de la enorme variedad que existe, siempre y cuando se sepa apreciar el talento. Aunque éste resulte tan estimulante como el expuesto por Javier Fesser. 

El milagro de P. Tinto
Javier Fesser, 1998

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