29 de noviembre de 2017

El castillo de Cagliostro

El maestro Hayao Miyazaki debutó en el formato cinematográfico gracias a un encargo. No venía de nuevas, pues se trataba de hacer una película sobre un peculiar ladronzuelo de guante blanco llamado Lupin. Personaje que ya triunfaba en su propia serie animada y de la que el propio Miyazaki ya había trabajado en algunos de sus capítulos. Lupin había sido creado por Kazuhiko Kato, bajo el seudónimo de Monkey Punch, quien se basaba a su vez de un novelesco ladrón francés creado por el escritor Maurice Leblanc. Tras el encadenado de nombres llega el rebote comercial, con la publicación de los mangas en primer lugar, posteriormente se dio paso al formato televisivo con varias temporadas para después continuar la cadena de explotación con una ristra de películas. El castillo de Cagliostro fue la segunda realizada por orden cronológico. 

Al tratarse de material ajeno, suele situarse a la película en un aparte dentro de la filmografía de su director, pese a notables evidencias de su modo de trabajo y puntos de vista. De hecho, la película no obtuvo la repercusión estimada en taquilla y muchos seguidores de la saga criticaron al director, que Lupin mostrará una cara bastante bondadosa frente al supuesto aire canalla que debiera mostrar todo buen ladrón.

  • Vestida de novia, un clásico - Tōhō
Pero lo cierto es que El castillo de Cagliostro es una entretenida cinta de aventuras que contiene un elevado ritmo, cuenta con diversas piruetas argumentales y mucho humor a lo largo del metraje. La trama gira sobre un tesoro ligado a la familia Cagliostro, cuyo poderoso apellido ostenta la soberanía de un pequeño país de mismo nombre. Lupin y su fiel compinche, Jigen, se internan en esta pequeña región, arrastrados por el codicioso tesoro donde surge un pequeño matiz, al cruzarse en su camino la joven princesa del lugar. Metidos en harina, se incorporan al reparto los personajes habituales de las correrías de Lupin. La sensual Fujiko, el experto samurai Goemon y el incansable Zenigata. Un honesto policía cuya principal misión es capturar a Lupin allá por donde vaya. 

En la película se acumula una buena dosis de bloques de acción, con ligeros paréntesis para desarrollar tramas y personajes en una cinta donde prima el entretenimiento por encima de todo. En parte recuerda a las aventuras del estirado James Bond, en cuanto al sentido del circense espectáculo del más difícil todavía y la cantidad de giros que acontecen en la trama. Lupin cuenta además con diversos gadgets tecnológicos, así como de un buen arsenal de armas y demás parafernalia para llevar a cabo sus planes. La fantasiosa misión y el lógico deseo del malo de turno por hacerse con el control de la economía mundial, apuntan más similitudes entre ambos ilustres personajes.  Pero sin martinis y chicas fáciles por el camino. 

Quien haya crecido en los 80 del siglo anterior reconocerá el estilo japones en el dibujo de personajes, la facilidad de movimientos de las figuras y las habituales exageraciones faciales. Una característica habitual que la separa de filmografías de otras nacionalidades. Y también podemos contemplar la mano de Miyazaki, en su gusto por el cuidado de los grandes espacios abiertos, donde la película parece querer situar a la cordillera de los Alpes en el horizonte. Y como siempre la inclusión de la naturaleza sobre la arquitectura del hombre, expuesta con detalle en el antiguo palacio de la princesa con claras reminiscencias románticas, o la generosa exageración del propio castillo de Cagliostro. Tan majestuoso como el impronunciable castillo alemán de Neuschwanstein.


Mamotretos. Cagliostro vs Neuschwanstein.
Las aventuras de la película decaen algo por la candidez con la que trata la mayoría de los problemas. Una suerte de peripecias que encuentran mayor acomodo en un publico juvenil e infantil. No obstante llega a entretener gracias al endiablado ritmo de las secuencias de acción, con múltiples variantes sorteadas normalmente por la fiable apuesta de diversos ganchos cómicos. Puntos fuertes que incluyen al citado malvado de la función. La antítesis perfecta del héroe con su absolutista tiranía. Un sujeto que siempre aporta en positivo al resultado del filme cuanto mejor sea su personaje, y el curioso conde de Cagliostro es digno de tal catalogación así como los esbirros que le acompañan en sus propósitos.  En estos tiempos que se lleva tanto retomar viejos éxitos del pasado, sería posible que Lupin y sus correrías tuvieran la oportunidad de reinventarse. 


El castillo de Cagliostro
Hayao Miyazaki, 1979

7 de noviembre de 2017

La incógnita

Es una obra de Benito Pérez Gáldos. O lo que es lo mismo, uno de los mejores escritores españoles de todos los tiempos. Por calidad y por cantidad. Pues ésta última alusión hace hincapié a la amplia obra del escritor, quien acumula una buena ristra de títulos de toda índole y característica, novela, teatro, cuentos, ensayos, etc. Con La incógnita, Gáldos realiza un pequeño experimento narrativo, para ello adquiere el modelo epistolar a lo largo de toda la novela a través de la mano Manolo Infante, quien en realidad es el protagonista del relato y el que se encarga de escribir la misivas; dirigidas a un interlocutor denominado como Equis. La correspondencia de ida es la única a la que puede acceder el lector, mientras que las presumibles respuestas del cercano amigo se pierden en el limbo y en la imaginación del lector, donde toca participar del show al tener que interpretar la reacción a los escritos de Infante. En ocasiones, el propio Infante se responde asi mismo o nos pone en situación de la posible reacción de su paisano, aunque la mayoría de las ocasiones toque dar por bueno el continuo discurso del personaje principal. El propio Infante desarrolla sus vivencias en Madrid y su posición social, al ocupar un escaño en el Congreso de los Diputados. Cargo electo de una ficticia zona de Castilla La Vieja. De ahí pasa a introducirnos en los pequeños entresijos por los que se mueve este personaje de la época y de la sociedad con la que se codeaba.

En un principio, la lectura de la obra describe esa cotidaniedad social sin ningún tipo de aliciente ni de mayores intereses que la simple acumulación de actos y encuentros entre amigos. Al tratarse de supuestas cartas personales, destacan las rutinas de Infante y de sus diferentes lazos con otros personajes a los que va introduciendo, por ahí destaca la posición de su padrino, Carlos Cisneros. Un personaje peculiar que rellena con gracia la escasez de trama en el libro. De hecho, podría decirse que no existe tal sustento hasta que se comete un crimen. Este hecho delictivo transforma las susodichas cartas en una pequeña aventura expuesta en diversas entregas, algo así como un archivo de las diferentes pesquisas que realiza el bueno de Infante de las que pone al día a su amigo. Este giro de los acontecimientos, obliga al protagonista a indagar sobre las diferentes pruebas que se ciernen alrededor del crimen, ya que anda resuelto a desenterrar el misterio.

Resulta curiosa la mezcla que propone Gáldos, al proponer una novela con tintes realistas sobre unos personajes y tiempos determinados, y que por circunstancias fatales, deriva hacia un claro caso de investigación cuasi policial. Una mezcla llamativa por la cercanía de sus protagonistas con el suceso y los sentimientos que levanta dicho crimen. Un punto a favor de Gáldos, al recordar que la novela transita a través de un único punto de vista. En ocasiones parece más bien un soliloquio de la pasional figura que ocupa el protagonista, ya que en ocasiones acaba enfadándose él mismo según va escribiendo las diferentes novedades a su amigo. Por lo menos encuentra motivos para hacer evolucionar a su personaje y abandonar la cómoda posición de inicio. Un inicio sustentado básicamente por la creciente pasión que Infante va desarrollando hacia su prima, ese loco enamoramiento choca con el diverso listado de descripciones de personajes y hechos de diferentes índole que puedan tener poca relevancia visto el caso posterior. El interés del lector decaería significativamente ante el experimiento sino fuera por la hábil pluma de Gáldos. Escritor con notables dotes para engatusar a cualquiera con la gracia y la elegancia de quien nace con el don de juntar letras. 

... mi adorada prima se me ha puesto en un pedestal de virtud, quiero arrancarla de él, perderla y perderme, bajándonos ambos muy abrazaditos a las cavidades de ese infierno donde los amantes de verdad, dígase lo que quiera, han de pasarlo muy bien, quemándose por dentro y por fuera
                          Manuel Infante

La incógnita
Benito Pérez Galdós
Ed Ruesa, 2001