26 de junio de 2017

Toy Story

Fue estrenada en 1995, bajo una amplia expectación al tratarse de la primera película realizada íntegramente por ordenador. O visto de otro modo, Toy Story es un pequeño salto evolutivo en la historia del cine, al complementar y desarrollar nuevas técnicas que tienden a mejorar la industria cinematográfica que llega a afectar a diversos ámbitos. Como el reciente éxito del 3D, gracias a Avatar de James Cameron y al avance de las tecnologías. Pero antes del film de Cameron llegó la evolución al campo de la animación, el magnífico género que puede presumir de andar en este negocio desde sus inicios. El interés del estreno venía precedido por la buena acogida que solían tener los cortos que realizaba Pixar, la pionera empresa responsable de todo este asunto, y cuyas películas posteriores suelen aunar a la crítica y al público en la misma senda. Una vez asumido el éxito de la película original, y tras una notable colecta de taquillazos peliculeros, Pixar ha logrado que las producciones animadas estén, normalmente, acaparadas por programas informáticos, tanto películas como series infantiles. La losa cae en detrimento del tradicional dibujo hecho a mano, o el llamativo stop motion
El gordo y el flaco - Walt Disney Studios
El culpable responde al nombre de John Lasseter, el carismático portador de camisas con colorinchis, que ha logrado trastocar la industria de la animación. En parte, el sello Pixar suele obtener el beneplácito del público, cuyos logros son sinónimos de que el producto realizado contiene buenas muestras de calidad, la habitual redundancia del trabajo bien hecho. Después de Toy Story, la productora Pixar ha sabido tocar diversos terrenos argumentales y aumentar su catálogo en estos 22 años. Una simple enumeración de sus películas contiene diversas obras, que muchos amantes del cine clasificarían como maestras. Mi habitual retahíla negativa parece que siempre debe quedar anotada. Aunque en este caso me conformo con simplificarlo en dos ideas tan concretas como repetitivas. La mezcla del argumento fantástico con el humor. Dos claves que se duplican hasta la saciedad en todos los films hechos por la productora de la lámpara saltarina. Y aunque cueste poner ciertas trabas, se nota que la reiteración apenas inquieta la felicidad de sus ejecutivos. 


Saludos fanáticos - Walt Disney Studios
Pero hay que volver al origen de todo, a Toy Story, la fantástica y maravillosa película con la que Lasseter debutaba como máximo responsable de un largo. Una historia que crea un universo propio, al dotar de vida y protagonismo a los juguetes de un niño (Andy). El mayor deseo de estos muñecos es cumplir el objetivo para el que fueron creados, compartir juegos con el susodicho crío. De esta peculiar guisa se nos presenta a la diversa fauna que pueblan la habitación de Andy. Se incluyen juguetes clásicos, como el señor patata, los soldaditos de plástico o la tradicional hucha de cerdo, mientras que el protagonismo se lo lleva Woody, un vaquero de trapo y relleno que ocupa el honor de ser el juguete favorito del muchacho. Pero los niños crecen y en cada cumpleaños suelen llegar nuevos regalos, normalmente en forma de nuevos juguetes que intranquilizan a los antiguos por temor a ser sustituidos. De un acto tan habitual de la tierna infancia se crea el cisma del film, pues uno de los regalos es Buzz Lightyear, el más moderno artilugio de plástico que contiene diversas lucecitas con sonidos como elemento de distinción, siempre ha habido clases. Y cuando los niños desaparecen de su vista, surge una personal fanfarronería respaldada por las letras impresas en el embalaje. Buzz es un guardián espacial con su nave de cartón y todo. 

El nuevo inquilino llega a desplazar el favoritismo de Andy sobre Woody, creando cierta inquina en el vaquero que empujará involuntariamente a la aventura de su enemigo. Y ésta toma forma de viaje, cuyo recorrido centra buena parte del metraje, caracterizado en el clásico viaje del héroe que debe servir para desarrollar y encontrar el sentido de su existencia. En este caso compartido por ambos muñecos. Las desavenencias existentes entre ambos deben quedarse atrás, por la necesidad de ayudarse mutuamente para poder regresar al lado de sus compañeros. Y en ese viaje caracolea buena parte de la gracia de dos personajes que terminan por conocer sus limitaciones, mientras forjan una estrecha amistad que se mantendrá y extenderá en las sucesivas continuaciones que tendrán las aventuras de Toy Story


Una copia de Ella-Laraña - Walt Disney Studios
A pesar de ser una cinta dirigida a los más pequeños, Toy Story logra enganchar al espectador adulto gracias al uso de la siempre eficiente nostalgia. En mayor o menor medida, todos hemos tenido juguetes en nuestra infancia, trastos con los que se compartía tanto tiempo que más de uno los habrá hablado como si tuvieran vida propia. Un claro ejemplo del poder de la melancolía. En ésa hábil mezcla de juntar a grandes y pequeños, cabría destacar la parte siniestra del film, donde unos juguetes han sido masacrados por un niño. Un pequeño demente que disfruta destrozando los muñecos y al que podríamos emparentar con los experimentos del doctor Frankenstein. Elemento clave que sirve para fijarlo como al malo de la función. La habitación de Sid, pues así se llama la criatura, se contrapone a la supuesta bondad de Andy, niños bien distintos a pesar de compartir vecindad y vistas desde la ventana. Este ligero toque de terror sirve para acrecentar el tránsito al que deben hacer frente la dupla protagonista. Un trayecto tan entretenido que logra situarse como el mejor ejemplo de como romper moldes, y presentar una nueva forma de cómo hacer animación. 

Toy Story 
John Lasseter, 1995
-------------------------------------------------------------
Listado de Óperas primas

No hay comentarios:

Publicar un comentario