30 de diciembre de 2016

Tradiciones Navideñas: Día en Segovia

Hacía varios años que no cumplía con esta supuesta tradición. Básicamente desde que Bosco entrara a formar parte de las responsabilidades que toda mascota requiere. Quien tenga perro sabe que para nada es sencillo compaginar ciertas escapadas si el can no puede acompañarnos. Además se debe contar con el tiempo y aguante del animal para poder cubrir sus necesidades fisiológicas cada cierto espacio. Habría que añadir a la suma el nacimiento de mis niñas, quienes ocupan una mayor atención y una logística más amplia cada vez que uno pretende abandonar la comodidad del hogar.

Belen y catedral
Anteriormente acudir a Segovia por navidades era tan frecuente como cualquier otro día del año. Gracias a la corta distancia con la sierra de Guadarrama, escaso intervalo que favorece un desplazamiento que siempre se agradece por la tranquilidad y la monumentalidad que acapara la pequeña ciudad castellana. Igualmente se seguía un esquema parecido para cada ocasión. El típico paseo por su amplia zona peatonal, un suculento alterne previo a la comida en forma de aperitivo. Otro leve paseo con las obligadas visitas a las tiendas, el necesario parón del café, la posterior caída de la noche y el encendido de las luces… Todo esto a través de un magnífico escenario que resultaría hasta grosero sino se destacan los monumentos que decoran la ciudad. De hecho, en esta ocasión esperaba ansioso la reacción de Aldara ante el acueducto, reducido a una leve expresión infantil de cuatro años. “Hala, cuantas puertas”. Menos mal que el adarve cercano la hizo creer ver un fabuloso castillo que tuvo que conquistar a fuerza de subir escalones. 

Será la edad o serán otras cosas, pero una vez cumplida la otra visita obligada, la de acudir a Madrid con todos los excesos que aúna la capital, me queda una notable sensación positiva en favor de Segovia. Seguramente tendrá que ver el sosiego frente al agobio o la abundancia de coches frente a la escasez. O tal vez vea con mejores ojos que mis hijas puedan andar sin tener que estar pendiente de que sean atropelladas por el inmenso caudal humano que visita Madrid. Hasta el perro notaría la diferencia con agrado. 

Con esta intrascendente entrada doy por finiquitado mis personales ocupaciones navideñas. En realidad son una débil excusa para felicitar a cualquiera que haya tenido la valía de llegar hasta estas frases. Desde ahora toca sumar otras nuevas experiencias en familia de las que espero disfrutar con la privacidad que se merecen. Mis mejores deseos para el 2017. 

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Día en Madrid
La postal
El roscón
Calendario


14 de diciembre de 2016

La flor del norte

Doña Kristina de Haakonardótti, princesa del reino de Noruega fue enviada a la corte de Castilla en 1257. A su llegada a tierras hispanas tenía el privilegio de poder elegir esposo entre los hermanos del rey Alfonso X. De esta forma cumplía con una de las habituales maniobras político europeas del medievo, emparentarse con otras reales personalidades a cambio de un interés compartido por ambas coronas. El lado pintoresco queda representado por la figura de la princesa, y su lejana procedencia del mundo escandinavo, cuyos mandamases querían abrirse al resto de Europa. Lamentablemente la supuesta extravagancia de la época queda reducida al ámbito anecdótico, pues la desdichada Kristina apenas sobrevivió un lustro en territorio castellano. Su muerte en Sevilla, hacia 1262, ha sido relegado históricamente a las emociones de la nostalgia y de la melancolía de una persona que no supo adaptarse a su nueva vida. Incluida la resignación machista de no dejar 
descendencia. Pues esa era una de las obligaciones de la mujeres por aquellos
tiempos. La escritora, Espido Freire, aprovecha este leve apunte histórico para construir una ficción propia, a medio camino entre el homenaje y la reivindicación de una mujer extranjera que fue enviada a otro país, donde tendría que manejarse con otras costumbres y una lengua desconocida completamente sola.

La novela se divide claramente en dos partes. En un primer momento, Freire aprovecha una leve introducción de la protagonista para que ésta haga las correspondientes presentaciones y ponga en constancia su oscuro futuro. Después, la propia Kristina nos invita a conocer la historia de sus antecedentes a través de sus recuerdos, momento clave para poder situar al lector en los orígenes de la dinastía vikinga. Y de paso alargar algo la extensión de la obra. Un proceso en parte innecesario, si tenemos en cuenta que la trama y el título está dedicado a la persona de Kristina frente a los lejanos bisabuelos que comenzaron la fratricida lucha por alzarse con el poder en esas lejanas tierras del norte. 

No obstante, y aquí entra el parecer individual, mi atracción personal por la historia me lleva incluso a disfrutar de los relatos históricos que expone la escritora. Hasta llegar al extremo de querer más, es decir, sentir la necesidad literaria de querer más páginas que estiren la novela y se ahonde más en las historias que nos están contando. Este interés personal choca con quienes puedan alertar de la extensión dinástica como mero relleno. Arrimarse a la fácil opción de remontarse en los tiempos para cumplir con un mínimo de hojas que exija la publicación del libro. La segunda parte de la novela se centra ya más en la protagonista. Su vida en la corte de Noruega, el posterior viaje y estancia en tierras ibéricas.

Gracias a las escuetas reseñas históricas, la autora tiene vía libre para concebir a su antojo el argumento sobre la vida y personalidad de Kristina. La construcción de un desarrollo paralelo que bien podría haberse ejecutado junto a su esposo Felipe a lo largo de esos escasos cinco años de convivencia. Aún así, ese tiempo se hace corto para poder desarrollar algún evento de relevancia, ya que poco más pudo hacer en vida salvo cuidar de sus rentas.

Antes de centrarse en causas posteriores, cabe destacar la capacidad de Freire para tejer una entretenida maraña de acontecimientos que bien podrían haber supuesto la caída de la princesa en los dulces brazos de una muerte prematura. Incluida la representación de la personalidad de notables personajes históricos, como la reina Violante. A quien dota de un
Estatua de Kristina en Covarrubias, Burgos
carácter tan fascinante como solo una mujer puede ejercer. Curiosamente logra un extraño efecto, pues se echa en falta que la escritora apenas se introduzca en mayores tramas palaciegos que hagan frente, o se equiparen al abuso de la corte noruega en la primera parte del libreto. Y eso que contaba con la figura del rey sabio, el décimo Alfonso de la estirpe y su interesante reinado de por medio.


Mantengo con él, como con otros fantasmas, conversaciones en mi mente. Al menos, espero que en mi mente se queden, porque hablar con el aire define al loco, y no albergo la menor intención de volverme loca. 

Kristina

A grandes rasgos, la trama de la novela contiene buenas dosis de entretenimiento, aunque la obra no termine de ser redonda cuando me alcanza esa sensación de querer más novela para poder saciarme de la historia que me están contando. Cuando no se logra, suelo buscar los habituales peros donde buscar alguna excusa que reafirme mi parecer. Como esa supuesta victoria moral de doña Kristina frente a su esposo, al ser rechazado su estúpida vanidad varonil de complacer a su esposa con un último deseo carnal. No hacía falta que Freire añadiera una última supuesta sorpresa soterrada en textos anteriores. Hubiera bastado que su buena mano para la escritura hubiese elevado el grosor del volumen que representa La flor del norte.


La flor del norte
Espido Freire
Ed Planeta - 2011
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Fundación Princesa Kristina de Noruega