25 de febrero de 2015

10ª Media Maratón de La Latina

Normalmente me gusta ordenar las carreras con la numeración romana, al contener una supuesta belleza plástica la representación de sus números. Sin embargo, algunos organizadores de pruebas deportivas prefieren la clásica muestra de números ordinales, como en el caso de esta décima media maratón de La Latina, donde sus responsables han optado por la sobresaliente combinación binaria del uno y del cero, en lugar de una atractiva aspa erecta, en la cartelería de la prueba celebrada el pasado domingo 22 de febrero. 

Una carrera que supone mi segunda prueba deportiva del año y a medio camino del #ObjetivoFilípides del 2015. Para empezar, dejaba atrás una buena ventolera serrana, cuando en la autovía me crucé con otro vehículo que portaba una bicicleta sobre el techo. Desde lejos parecía un velero que buscaba los vientos que la trasladasen hacia el monte, mientras que por mi parte me dieron ganas de atar las zapatillas en la antena del coche para manifestar públicamente mis intenciones al dirigirme hacia el suroeste del pueblo grande. Algo de morriña merodeaba por mi cabeza, incluso aumentaron cuando el número de ciclistas diseminados por Aluche, y posteriormente en la Casa de Campo, disfrutaban del soleado domingo.


La marea no respeta ni los semáforos
Fotografía extraída de la web de la prueba
Una vez dejado el coche dentro del centro comercial que se encuentra situado junto a la salida, recojo el dorsal (844), previa comprobación del DNI. Después toca cambiarse de hábitos y empezar a trotar por los alrededores. Hay gente, mucha gente. De hecho creo que es la prueba deportiva con más participantes en las que he tomado parte hasta ahora. Una rápida vista posterior a la clasificación final confirma que más de 2200 cruzaron la linea de llegada. 

Cinco minutos antes de las 9.30 me acerco a la salida, sita en la calle Guareña, y como somos tantos me cuelo por donde puedo hasta avistar que me encuentro rodeado, tanto por delante como por detrás de gente adornada de diversos colores. A ojo debo de andar por el medio mientras se intuye que arranca la carrera por delante, aunque yo y quienes me rodean avanzamos pasito a pasito hacia el arco de salida. 

El perfil de esta media maratón destaca por ser bastante sinuosa. En principio los primeros 12/13 kms tienden hacia abajo, con alguna que otra cuesta hacia arriba empeñada en llevar la contraria. La posterior parte final lógicamente tiende a recuperar lo perdido, con alguna que otra bajada también de por medio. De este modo, y al ser tantos en el inicio, me dejo arrastrar por la masa de corredores donde prácticamente copamos el ancho de la calle. De hecho, íbamos más o menos siempre los mismos en marcheta por este distrito madrileño, hasta que de repente topamos con el primer avituallamiento en el km 5 con poco más de 25 minutos. Justo después hay un desvío a mano derecha, donde surge la primera cuesta seria del día. Por estos lares vi por primera vez los cartelones de los kms completados y pude así tener ciertas referencias de tiempos. 

La carrera se dirige hacia la Casa de Campo, entre bajadas y algún que otro perdido repecho que me hace recordar la clásica atracción jubilada, denominada como Siete Picos, a mi paso por la puerta del parque de atracciones. Dentro de este espacio se nota la sombra de los arboles en la temperatura ambiente, que contrasta con el sudor que recorre frentes y espaldas. El camino asfaltado, de este verdadero pulmón verde, se dirige hacia el lago para marcar el punto de retorno. No recuerdo bien si fue en el km 10 o el 11 donde comprobé
El de blanco se me parece

que llevaba 49 minutos y poco. Algo así como que 50 y 50 sumarían 1.40" en el computo global. A pesar de que tocaba lo duro, me anime durante ese rato para ver si sería capaz de acercarme e incluso bajar de esa cifra. Tontamente decidí probar, aumentando mi ritmo de carrera y obtener algo con que alimentar mi propio ego. Empecé más o menos bien, adelantando a bastante gente hasta que me superó un tipo de azul quien llevaba un ritmo mayor. Durante un rato me coloqué detrás mientras comprobaba la viveza de ese ritmo, finalmente decidí soltarme porque aún quedaban bastantes kms y temía desfondarme.

Antes de salir de la Casa de Campo, el circuito tiene un requiebro donde nos cruzamos con los que van por delante. Perfecto para buscar con ahínco el globo que marcase el tiempo deseado. Lamentablemente no debía de andar por la marabunta de gente que corría delante y alcancé el giro para convertirme en los corredores que huían anteriormente hacia abajo, cambiaba de bando, mientras observaba a quienes nos perseguían por detrás. 

Una nueva bajada sirve para coger carrerilla para afrontar la llegada de la cuesta Aisa. Un pequeño muro que forma ya parte de la mitología de esta carrera, al transformar durante unos momentos a los corredores en desesperados peces boqueadores mientras intentamos superar el empinado asfalto. Como recompensa, una larga bajada nos lleva hasta una rotonda que nos desvía después por la larga calle de Valmojado. Km 19 y compruebo que llevo 1.31 y largo. A pesar del esfuerzo acumulado, mi cabeza aun da para cerciorarse de que no llego al 1:40, aunque cabezonería aparte, sigo apretando en esa larga recta, de hecho se me hace tan larga que no logro visualizar el final de esta condenada calle. Pasado el 20 noto cierto cansancio pero como queda tan poco continuo empujando con lo que resta, hasta llegar por fin al tartán de la pista de atletismo, donde ya apuro lo que puedo para cruzar la linea de meta y detener mi crono personal en 1.41:25". Cerca de ese medio objetivo que me había planteado realmente para la próxima media maratón. 


La meta
De todos modos he decidido valorar positivamente la carrera realizada, dado el simpático perfil de esta prueba y al rebajar, en mi tercera carrera en esta distancia, el tiempo invertido. A fin de cuentas este juego no deja de ser una simple colección de números donde se busca reducir las cifras de los dígitos de un reloj. Aunque también sirve llegar a cruzar una raya en el suelo.

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Media La Latina


18 de febrero de 2015

La hoguera de las vanidades

El escritor Tom Wolfe ya se encargaba de aporrear el teclado en su oficio de reportero en los años 60 del pasado siglo. Llegando a ser un personaje bastante reconocido por su labor periodística y donde además siempre se le destaca por impulsar una tendencia del gremio denominada como "nuevo periodismo". Parecía pues sencillo que este hombre se pasase a la creación literaria, aunque para ello hubo que esperar hasta la publicación en 1987, de la obra La hoguera de las vanidades. Novela mayúscula para un supuesto debutante y que debido al temprano éxito editorial, vino la correspondiente adaptación cinematográfica, de la mano de Brian de Palma tres años después.

El protagonismo recae en Sherman McCoy, un adinerado ejecutivo que trabaja para una importante compañía de Wall Street. Tras recoger a su amante en el aeropuerto con la idea de disfrutar del reencuentro, ambos se perderán por las calles del Bronx a bordo de su lujoso vehículo donde ser verán envueltos en una especie de accidente. Un supuesto atropello sobre un prometedor estudiante negro que pondrá en marcha toda una extensa maquinaría yankee que arrastra la inevitable investigación policial, el espectáculo de los medios de comunicación, los entresijos judiciales y lo que es peor, los intereses meramente humanos. Y aquí es donde se disfruta de la sugerente prosa de Wolfe, cuando se describe con notable habilidad a una serie de personajes tan distanciados en sus objetivos iniciales hasta que los intereses de unos y de otros se vayan tejiendo alrededor del conflictivo accidente de tráfico. 

Presentado McCoy, queda por ubicar a los otros dos invitados principales. El vicefiscal del distrito del Bronx, Larry Kramer y al alcohólico periodista inglés, Peter Fallow. Estos tres personajes representan a su vez diferentes estratos del poder otorgado por la sociedad humana. McCoy, aparte de copar mayor protagonismo por ser el causante de la trama, representa el triunfo del poder económico y social, alcanzando un estatus cuasi aristocrático y hereditario de la buena familia. Kramer es el defensor del pueblo, por así decirlo, al representar los intereses de los ciudadanos en todo ese organismo burocrático que recibe el nombre de ley. Las simple normas de convivencia entre gente civilizada, aunque para Kramer, solo sea el papeleo mojado donde atender los múltiples casos de mierda a los que se verá obligado a ejercer. Y por ultimo Fallow, el estandarte de la verdad a través de ese magnífico negocio que es el periodismo, el denominado como cuarto poder en cualquier democracia "decente" del mundo libre, porque a eso se dedica este dicharachero inglés entre copas de diferentes graduación y a meter el hocico donde le indica la flor que le sale del culo. Un cuarto personaje principal sería la propia ciudad de Nueva York, Wolfe se desata a lo largo y ancho de grandes avenidas, barrios marginados, restaurantes de moda, comisarias policiales, juzgados, etc. Realizando una extensa exposición de lo todo lo que pueda llegar a abarcar la capital del mundo occidental y del genero que se encuentre en su interior. 


Extracto de la declaración de Roland Auburn
Volviendo a los personajes principales de carne y hueso, ya que son ellos quienes acaparan, por separado, el protagonismo del relato a lo largo de varios capítulos. Porque a Wolfe no le interesa darse ninguna prisa, más bien disfruta en extender las vidas privadas de sus personajes y mostrar sus continuos defectos personales, así como las miserias que arrastran ocultas a sus seres queridos. De este modo conocemos una especie de antes y después del accidente, que desencadena la trama principal de la obra y donde el lector ya tiene la información suficiente para observar la evolución de los personajes a través de la maquinaria de intereses que logra desencadenar el fatal atropello. En este punto entra en juego la oportunidad humana de sacar tajada, al transformarlo en un asunto racial, por parte de un excéntrico y calculador reverendo Bacon o la posibilidad de renovar el cargo de fiscal del distrito ante la proximidad de elecciones de la mano de otro singular pieza, llamado Abe Weiss. Resulta notablemente curioso el uso del tema racial. Por un lado es bastante simple llevarlo a la confrontación entre el clásico negro pobre frente al blanco rico. Pero dejando a un lado la obviedad y la manipulación de la historia, cabe destacar otro conflicto racial o étnico que viene precedido por la notable inmigración de italianos, irlandeses y judíos. Más bien es la descripción del modo de vida de un grupo de personas que se comportan de un modo clásicamente asociado a sus orígenes, y como algunos de ellos quieren y desean, comportarse como un verdadero judío, un verdadero irlandés o un verdadero italiano según el caso.

Tom Wolfe triunfa en este retrato sobre las gentes de Nueva York a través de un estilo directo y en ocasiones callejero, situación que le pone en contacto directo con los lectores. Ayudado además por las injerencias o por los pensamientos de los  propios personajes que nos acercan hacia la complicidad necesaria para lograr engancharnos a una obra donde destaca la habilidad del escritor para describir situaciones absurdas sin sobrepasar la líneas magistrales de la comedia. 

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Sherman sentía el profundo resentimiento propio de todos aquellos que, pese a la gravedad de su propia situación, ven que el mundo sigue girando alegremente, sin poner ni siquiera mala cara.

Tom Wolfe
Ed. Anagrama