15 de marzo de 2014

El atlas de las nubes

Parece que el año literario arranca con fuerza, y eso que la elección de El atlas de las nubes fue porque me sonaba que se había hecho una película sobre esta novela, algo que corroboré posteriormente. La novela de David Mitchell ha supuesto un agradable descubrimiento de calidad y de entretenimiento a través de seis historias que forman la obra. Dato importante porque la novela esta estructurada en seis bloques independientes con ligeros lazos que sirven de cohesión entre ambas y para la historia en general. Valga un escueto resumen del contenido del libro como pie introductorio para esta entrada. 


La primera historia arranca a mediados del XIX en unas supuestas islas paradisíacas del Pacífico, donde un aplicado notario estadounidense ejerce su trabajo cruzando los mares del sur. De ahí al continente europeo y a principios del siglo XX, cuyo protagonismo lo recoge un joven talento de la música que se interna en Bélgica para aprender de una vieja gloria. El siguiente capitulo se traslada a California, donde una periodista investiga los supuestos fallos de una central nuclear en la década de los 70. Volvemos a Europa, a la británica isla de su majestad y ya en este siglo XXI. El protagonismo pasa a Timothy Cavendish. Editor de profesión quien emprende una huida hacia el norte del país para evitar a sus acreedores. El tiempo pega un buen brinco hacia el futuro, donde un superestado capitalista asiste a la seria emancipación de un clon creado únicamente para trabajar. Finalmente avanzamos aun más en el tiempo, hacia una sociedad primitiva que ha logrado sobrevivir a un periodo apocalíptico de la raza humana. 

Este variado resumen es un ligero apunte de lo que aguarda al lector. Cabe destacar que las diferentes historias se hayan cortadas en una especie de primera parte, algunas incluso de manera abrupta, teniendo que ser repescadas después en sentido inverso al orden inicial para poder dar con sus conclusiones finales. En este proceso de ida y vuelta las distintas historias dan pie a su antecesora y ponen de manifiesto cierta coherencia con la historia siguiente a través de simples lazos que sirven de puente y de conexión. 

Un dato interesante es que Mitchell intenta exponer estos relatos de manera dispar, ya sea a través de un diario personal, por medio de la correspondencia o el vivo relato del primerizo acto de narrar cosas por parte del hombre a través del boca a boca. Tanto argumento entrecortado crea obviamente las típicas desigualdades. Algunas historias son más entretenidas que otras por el mero hecho de que pueda interesar en mayor o menor medida. Tampoco ayuda, aunque forma parte del juego propuesto por el escritor, que el relato se corte drásticamente en un momento álgido de la narración. Este televisivo momento de dejarnos colgados hasta el siguiente capitulo obliga al lector a adaptarse o desear soltarle un bofetón al simpático autor si hubiera ocasión para ello.

Esta ruptura y la divergencia de temas en las historias hacen decaer algo el conjunto de la obra. La ruptura provoca una extraña desazón de abandonar parte de una historia para tener que empezar de nuevo otro relato. Con esto Mitchell se atreve a tocar tantos géneros como historias y por ende a flojear en algunos tramos como en la aventura que abre y cierra el relato. Ya que estamos, incluyo también el supuesto fragmento de novela de suspense protagonizado por la periodista Luisa Rey. Excesivamente simple frente al resto de historias. Por otro lado sale bastante airoso del ficticio futuro que propone para la humanidad en un notable ejercicio de imaginación y trabajo donde desarrolla los vicios del hombre hacia su destrucción. Pero por encima de todo, Mitchell destaca cuando interioriza a personajes singulares en situaciones especiales. Estas historias son tan divertidas como ingeniosas, formando una verdadera alegría para la lectura y demostrando la buena mano del británico. En especial destacan las historias dedicadas al joven compositor Robert Frobisher y a la del viejo editor Cavendish. Ambos argumentos son una maravilla de imaginación, retórica y talento de la mala leche. Creo que Mitchell se siente verdaderamente a sus anchas cuando puede dar rienda suelta a su deslenguada verborrea, y da igual si utiliza elementos sutiles o bárbaros, el caso es que el escritor sabe como apuntillar en la dirección correcta a sus personajes y complacer con ello las sonrisas de sus lectores. 

La novela plantea una estructura filosófica de la vida humana donde el pez grande se come al chico, como diría el doctor Goose en su correspondiente espacio. En cada una de estas historias puede verse esa lucha donde nuestros protagonistas obran de un modo u otro para considerar lo que ellos mismos consideran justo. Frobisher estima que el viejo Ayrs se esta aprovechando de su trabajo, Luisa Rey investiga a una enorme empresa que solo mira el valor de sus acciones. Del mismo modo acaba convertido el mundo en la historia del clon Sonmi 451, donde la humanidad ha caído en una debacle de alocado consumo que tiene demasiadas coincidencias con el mundo actual. El pez grande solo es el propio hombre que ejerce su fuerza sobre otros peces más débiles, como pone en evidencia las tribus maories o los kona. A fin de cuentas esta espiral de violencia empieza y termina en el propio ser humano.



Tumbado en el fondo de la canoa, veía balancearse las nubes, Las almas surcan las eras como las nubes los cielos, y aunque las nubes cambien continuamente de forma, color y tamaño, una nube siempre es una nube, y un alma siempre es un alma. ¿ Quién sabe de dónde vienen las nubes y dónde estará el alma mañana? Sólo lo sabe Sonmi: el este y el oeste, la brújula y el atlas, si señor, el atlas de las nubes.

Zachry


El atlas de las nubes
David Mitchell

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PD. Un tiempo después de leer esta novela surgió este interesante articulo sobre la extinción de los habitantes de la Isla de Pascua. Lo cierto es que encuentro cierto paralelismo con la novela de Mitchell.

¿Puede acabar el mundo como Rapa Nui?
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