22 de marzo de 2011

Navigatio

Retomo los libros con una novela denominada como bestseller, termino que engloba para bien y para mal todo un catalogo de susceptibilidades previas. A pesar de todo, me sacudo los prejuicios que mi mente mantiene en un pedestal de mi interior e intento dejarme llevar por la lectura normal de la obra. La novela arranca con el hallazgo, en el falso muro de una iglesia, de un manuscrito medieval, el Navigatio Sancti Brendani abbatis que describe el fantástico viaje de unos monjes irlandeses hace más de mil quinientos años. El cuerpo momificado de un supuesto monje también se encuentra en el espacio recién descubierto, junto a la talla de una virgen y una reliquia religiosa. El sorprendente hallazgo sirve al autor para construir su rompecabezas particular y llevar a cabo su aventura narrada. De esta guisa, me encanta que Javier González tire por la grandilocuencia. Si las obras de autores con reconocimiento internacional, gracias al volumen de sus ventas, desarrollan historias por medio mundo, con multitud de sucesos, giros imprevistos a lo largo de la historia y personajes encantados de haberse conocido, el Navigatio de Javier González no se queda atrás y lleva su historia a través de una mezcla de géneros tan grande como le permite el apelativo de best-seller.

Gracias a este tipo de novelas se descubren numerosas curiosidades que se han dado en la historia de la humanidad. En este caso, la supuesta isla de San Borondón, una isla mítica en el imaginario colectivo que tiene la facultad de aparecer y desaparecer en la órbita de las Islas Canarias. En mi caso, no tenía ni idea de la existencia de esta leyenda, por lo que tengo que agradecer al autor, el descubrimiento de esta fascinante isla perdida con similitudes al mito de la Atlántida o la televisiva isla flotante de Lost. Del mismo modo, el Navigatio Sancti Brendani abbatis se une a mi amplia lista de lecturas pendientes y fabulas por descubrir.

La novela, por su parte, tiene un arranque prometedor, con una buena dosis de intriga que engancha lo suficiente y permite el avance normal de la lectura, sin embargo, el autor se deja llevar por la inercia de rizar el rizo, estirando la fina hebra que separa la benefactora sorpresa del desvarío, alcanzando más esta segunda opción mientras avanza el relato. Mención aparte para las intrahistorias que abundan a lo largo del relato y que sirven para complementar el misterio de la Non Trubada y el desarrollo de personajes. El fragmento del antiguo tercio, Antón Carrasco, demuestra la buena escriturade mi tocayo a través de unos textos en la linea del mejor Pérez Reverte y la saga de su famoso Capitán Alatriste. Sin embargo lo peor de estas historias suplementarias es el abuso que dá de ellas, suena a relleno porque no terminan de sumar a la historia central, y en el caso del singular personaje, Viriato Restrepo, son más bien un estorbo, una añadidura fantástica que el autor nos ha colado para detallarnos algunos acontecimientos históricos singulares. La mayor parte de estos saltos de la linea principal se encuentran al final de la novela, disipando la emoción del desenlace que merecía el jugoso ajetreo que sufren los protagonistas. 

Un simil facilón para encuadrar la novela está en el mismo fragmento del soldado Carrasco antes mencionado. Cuando describe que para poder llegar a San Borondón hay que luchar contra los elementos desatados del mar y atravesar después una intensa niebla. En un mismo sentido puede situarse la novela de Javier González, como el barco de la Santisima Trinidade, que consigue llegar a puerto pero sufriendo las consecuencias de la tempestad y perdiendo su palo mayor, su punto de guía, el palo necesario para dirigir la navegación correctamente en lugar de quedar a merced de la corriente del exceso.

 San Borondón
Leyenda de San Borondón

8 de marzo de 2011

Quinta de los Molinos: Almendros en flor


Estirando los números, en torno al medio millar de la eterna calle Álcala de Madrid, se ubica un parque con solera por estas fechas, donde el astro rey alardea de su poder para regalarnos pequeños adelantos de la primavera. La Quinta de Los Molinos es bien conocida por los madrileños gracias al florecimiento
de los innumerables almendros plantados en este parque. Después de su momento de gloria, llegará el decaimiento de la flor y el parque volverá a recuperar su rutina diaria de un pequeño lugar de descanso ideado por el arquitecto alicantino César Cort, al construir antaño, un jardín de tipo mediterráneo donde destacan principalmente los almendros y los olivos, sin olvidar a pinos, mimosas y eucaliptos.

Al parque se accede por la entrada de la c/ Álcala, muy cerca del metro
de Suanzes. A partir de ahí, un ancho camino supervisado por
plátanos nos lleva hasta la parte noble donde esta construido un palacete junto a otro edificio facilmente reconocible por su nombre, La Casa del Reloj. Los dos molinos que dan nombre al parque y se encuentran en esta zona y fueron adquiridos para facilitar el regadio del jardin (el parque contaba con dos arroyos que lo cruzaban). En esta parte, también se observa el denominado Campo de tenis, un ancho espacio para regocijo de los más pequeños. La estructura de un invernadero solo permite el paso del aire, desechando años mejores que se complementaban con un semillero cercano. Un par de estanques gemelos han sido precedidos por una pequeña laguna. Las caceras alimentaban el suministro del agua a diversas fuentes y otros estanques perdidos en el olvido.

Hace ya un año que llegue tarde al espectaculo del florecimiento, los arboles se habian sacudido los blanquecinos petalos, para revestir la desnudez invernal con el verdor que anuncia la llegada de la primavera. En esta ocasión he estado algo más atento y he podido disfrutar de la floración de estos arboles. El parque distribuido en diferentes secciones y los almendros disfrutan de su posición de privilegio, alineados en perfecto orden de formación y dispuestos a elevar su belleza según el tiempo les vaya dotando de altura, robustez y frondosidad. A día de hoy La Quinta de Los Molinos disfruta del reconocimiento de sus vecinos, con el paso del tiempo conseguirá acrecentarlo aun más, gracias al lento pero firme crecimiento de sus protagonistas. Dará gusto pasear dentro de veinte años por esta Quinta, hasta entonces habrá que esperar. De momento no tengo ninguna prisa.

 Album Quinta de Los Molinos

1 de marzo de 2011

Tron. Revisando un mito

A principios de los 80, la productora Walt Disney arriesgó bastante en llevar a cabo una película que con el paso de los años ha terminado por convertirse en una cinta de culto para cierta parte de la población, más bien por lo aparatoso de la película que por la calidad de la obra. Tron se desarrollaba en un mundo paralelo, con los videojuegos de fondo y las reminiscencias infantiles de las tardes de verano delante de un Spectrum. Con el estreno de la secuela me he autoimpuesto revisitar la película original, para refrescar mis añorados recuerdos de infancia y disfrutar el añejo sabor retro de Tron.

La cinta en sí es bastante mala y nada ha ganado con los años salvo las comparaciones que puedan realizarse con otras cintas de ciencia ficción más modernas y con las que
cuenta cierto parentesco. Matrix por ser la más conocida, trata de manera similar un mundo paralelo virtual o la toma de conciencia de su existencia por parte de las máquinas como en Terminator con Skynet en consonancia con el CCP de Tron. Motivos suficientes para dotar a la cinta de Steven Lisberger la categoría de visionaria.


Colorinchis - Walt Disney Productions
Gracias a estos soportes, Tron se salvaguarda en el imaginario colectivo por sentar base en la ciencia ficción moderna, aunque en realidad lo que tiene es secuestrado una vieja imagen anclada en alguna neurona perdida. Una época pasada donde Tron fue un proyecto innovador, grandilocuente, ambicioso y temerario. Una nueva ventana hacia un mundo distinto, mostrando una nueva forma de trabajo en cine con el uso de los ordenadores y apoyándose en estos para recrear efectos especiales. Pero lo que nos queda es una vieja postal que hizo gracia en su momento, los recuerdos del filme son más consistentes en nuestra pasajera memoria, Tron fue un bicho raro, una película que consiguió cautivar las mentes de las personas que disfrutaban desembalando VHS´s en ese magnífico aparato que llegó a ser el vídeo doméstico.

La secuencia más recordada de la película es el juego de las motos que van imponiendo una senda mortal a través de su haz de luz, en la revisitación se queda tan corta y tan triste como el conjunto de la película. Tron no guarda ningún interés cinematográfico, la iconografía de su universo y la leyenda que arrastra es notablemente superior de lo que realmente contiene.